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Fuente: ewtn.com
Jacinta, en griego significa: "Flor de buen olor".
Esta es una santa que tuvo dos conversiones (o cambios de costumbres de la maldad hacia la santidad).
Ella, como San Agustín, tuvo que convertirse de una vida de mundanalidad a una vida de religiosidad, y
luego como Santa Teresa, tuvo que convertirse de una vida de poco fervor a una vida de gran santidad.
Jacinta nació en una familia muy rica en Viterbo (Italia) en 1585. Era hermosa y coqueta. No pensaba sino
en vanidades y lujos. Su deseo era contraer matrimonio con algún joven rico y famoso. Pero tuvo una gran
desilusión cuando vio que su hermana, menos hermosa y menos vanidosa, lograba casarse con un señor muy
importante de Roma, mientras que a ella, por lo demasiado superficial y orgullosa, la determinaban muy
poco los jóvenes. Entonces se dedicó a mayores lujos y más coqueterías, pero esto no la hacía feliz, sino que
la llenaba de infelicidad y desilusión. Sus papás estaban afanados al observar sus comportamientos tan
mundanos, pero de pronto un día dispuso irse de monja al convento de las hermanas franciscanas. Tenía
veinte años. Era la primera determinación verdaderamente prudente que tomaba en su vida. Era su primera
conversión.
Pero le sucedió que al poco tiempo de estar en la Comunidad empezó a vivir una vida no de santidad sino
de relajación. Exigió a las superioras que le permitieran tener allí en el convento todos los lujos que su
familia muy rica le podía proporcionar, y más parecía una señorita de mundo que una fervorosa religiosa.
Asistía con indiferencia alos actos religiosos y hacía poco caso a los avisos de sus superioras. Dios había
obtenido que se hiciera religiosa, pero el diablo conseguía que no fuera una religiosa fervorosa.
Y he aquí que la misericordia del Señor le envió dos medios muy eficaces para convertirla. El primero fue
una gravísima enfermedad, cuando tenía 30 años. Se sintió en las puertas del sepulcro. Y en medio de los
fortísimos dolores se puso a pensar qué diría Nuestro Señor en el Juicio, a la hora de su muerte, si ella
continuaba viviendo aquella vida de relajamiento y de indiferencia religiosa. Ofreció sus dolores a Dios para
que la perdonara y para que le concediera el don de la conversión y mandó llamar a un santo sacerdote.
Ahora Dios le iba a dar la salud del cuerpo y la salud del alma.
Y aquí le llegó el segundo medio que el cielo le enviaba para que se convirtiera. Aquel sacerdote
franciscano era muy estricto y al llegar a su celda y verla tan llena de lujos y adornos le dijo que él no la
podía confesar porque ella vivía más como una mundana que como una religiosa franciscana. Y se alejó
diciéndole que el Paraíso no estaba destinado para los que viven como ricos comodones y orgullosos, sino
para los pobres de espíritu que viven sin lujos ni cosas innecesarias.
Esta enérgica determinación del Padre confesor la hizo cambiar completamente. Mandó sacar todos los
lujos de su habitación, y al día siguiente al volver el santo sacerdote, hizo Jacinta una confesión de toda su
vida, llorando de todo corazón y arrepintiéndose de todos sus pecados. Y desde aquel día su vida fue otra,
totalmente distinta. Dios le había concedido el don de la verdadera conversión. Dejó sus vestidos lujosos y
sus vanidades y empezó a vestir como la religiosa más pobre del convento.
Desde el día de su conversión Jacinta ya no toma alimentos finos y rebuscados como antes, sino que se
alimenta de lo más pobre y ordinario de aquel convento. A nadie le permite que le recuerde que viene de una
familia muy rica sino que pide que la llamen simplemente la hermana Jacinta y que la traten como a la más
pobre de las hermanitas. Las actas de su canonización dicen que "su mortificación era tan grande, que la
conservación de su vida era un constante milagro".
Eligió como Patrono al arcángel San Miguel para que la defendiera de los continuos ataques del demonio.
Ya no volvió a salir a visitas y charlatanerías con familiares o a reuniones mundanas. Meditaba
frecuentemente en los sufrimientos de Cristo Crucificado y esto la impulsaba a sufrir con mucha paciencia
por amor al Redentor.
Su humildad era admirable. Se consideraba la más manchada pecadora del mundo. Su habitación era
totalmente pobre sin adornos ni comodidades. Pedía perdón a las demás religiosas por los malos ejemplos
que les había dado en sus primeros años de religiosa.
La nombraron maestra de novicias y exclamaba suspirando que ella no había sabido gobernarse a sí
misma y por lo tanto no era capaz de dirigir a otras. Pero en ese cargo demostró una gran sabiduría y una
exquisita comprensión y bondad para comprender a las más débiles. Tenía el don de consejo y eran muchas
las personas que la consultaban.
Durante 17 años sufrió de dolorosísimos cólicos estomacales y cuando se hallaba sola lloraba y se retorcía,
pero cuando estaba atendiendo a otras personas se le veía sonreír como si nada estuviera sufriendo. Cuando
alguien le decía que sus sufrimientos eran muy grandes, exclamaba: "Más me merezco, por mis pecados". Y
consideraba sus penas y dolores como el mejor medio para pagarle a Dios los pecados con los cuales lo
ofendió en su juventud.
Tres medios empleaba para crecer en santidad: largas horas rezando y meditando ante el Santísimo
Sacramento y ante la imagen de Jesús crucificado. La lectura de libros espirituales. Y el seguir los sabios
consejos del sacerdote que la había convertido, el Padre Bernardo Bianchetti.
Lo que más pedía a Dios era la conversión de los pecadores. Y con sus oraciones y sacrificios obtuvo del
cielo la conversión de un temible pecador de Viterbo, Francisco Pacini, y este cambió de tal manera su
comportamiento que no sólo sus maldades antiguas sino que en adelante se dedicó ayudar a la santa en sus
actividades apostólicas y en asociaciones espirituales.
Santa Jacinta fundó dos asociaciones piadosas. La Compañía de Penitentes y los Oblatos de María. Estas
personas se dedicaban a visitar enfermos, a instruir niños en la religión y a desagraviar a Dios por las ofensas
que se le hacen. La santa propagó mucho en Viterbo la piadosa costumbre de las 40 horas de adoración al
Santísimo Sacramento.
Santa Jacinta logró por medio de sus cartas, muchas conversiones de pecadores. A algunas superioras de
conventos que no exigían a sus religiosas el estricto cumplimiento de sus deberes les escribió cartas muy
severas y obtuvo que varias casas religiosas volvieran al fervor. Las reuniones mundanas de las gentes
cambiaban de temas y empezaban a hablar de cosas espirituales y piadosas cuando llegaba nuestra santa, y su
presencia hacía un gran bien a esas gentes.
Santa Jacinta hacía el viacrucis por las noches, sola, en el templo, con una pesada cruz sobre sus hombros,
y con los pies descalzos. Su amor a la Virgen María era tan grande que cuando oía pronunciar su nombre se
le llenaban de suaves colores su cara y su aumentaba su entusiasmo.
Su práctica de piedad preferida era la Santa Misa, y asistía a ella con tan gran fervor que frecuentemente
estallaba en lágrimas de emoción. Después de la comunión se quedaba un largo rato dando gracias a Nuestro
Señor y a veces se quedaba en éxtasis.
Dios le dio un don de profecía, y anunció muchas cosas que iban a suceder en el futuro. También obtuvo
el don de los milagros y consiguió admirables curaciones. Y el Señor le concedió el don de conmover los
corazones, aun los más duros y empedernidos, y por eso conseguía tantas conversiones.
Murió San Jacinta en el año 1640, y después de muerta obtuvo para sus devotos tan grandes favores y
milagros, que el Santo Padre el Papa Pío Séptimo la declaró santa. Su cuerpo se conserva incorrupto en
Viterbo.
La Santa Sede declaró al canonizarla: "El apostolado de Jacinta ganó más almas para Dios que los
sermones de muchos predicadores".
Santa Jacinta: te rogamos por las muchachas frívolas para que se vuelvan prudentes. Pídele también a Dios
que todas las religiosas se vuelven santas como tú.