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Martirologio Romano: En Växjö, en Suecia, san Sigfrido (Sigfrid, Sigurd), obispo, que, oriundo de
Inglaterra, evangelizó con gran paciencia a aquellas gentes y bautizó a su rey Olaf (c. 1045).
La vida de San Sigfrido es relativamente oscura, ya que sus biógrafos se contradicen. Una narración
afirma que después de la conversión del rey Olaf Tryggvasson de Noruega (quien fue confirmado por
Alfegio, obispo de Winchester), el monarca rogó al rey inglés, Etelredo, que le enviase misioneros. Sigfrido,
que era un sacerdote de York o de Glastonbury, fue elegido para ir a Noruega, junto con otros dos obispos,
Juan y Grimkel. Los misioneros no se limitaron al país, sino que pasaron también a Suecia, que había recaído
en la idolatría después de haber sido evangelizada por san Anscario. Ahí trabajaron bajo la protección del
arzobispo de Bremen, y Sigfrido se estableció en Växjö, donde tuvo ocasión de convertir al rey de Suecia,
que se llamaba también Olaf, y le bautizó en una fuente de Husaby, conocida como la fuente de san Sigfrido,
en la cual se obraron muchos milagros. San Sigfrido llevó adelante su trabajo misional durante muchos años,
con gran éxito, y fue sepultado en la iglesia de Växjö. La tradición añade muchos detalles sobre las
dificultades que el santo debió superar. Se cuenta que al llegar a Växjö, plantó una cruz y construyó una
iglesia de madera, en la cual predicaba y celebraba los divinos misterios. Convirtió a los doce principales
personajes del lugar y uno de ellos, que murió poco después, recibió cristiana sepultara. La verdad de la fe se
impuso con tal fuerza que, al poco tiempo, toda la región de Värend era ya cristiana. La fuente en que San
Sigfrido bautizaba a los catecúmenos se llamó, durante mucho tiempo, con los nombres de los doce primeros
convertidos, que estaban grabados en ella. Se dice que san Sigfrido consagró a dos obispos para la
Gothlandia oriental y la occidental. Sus tres principales colaboradores eran sus tres sobrinos: el sacerdote
Unamán, el diácono Sunamán y el subdiácono Vinamán.
Al cabo de varios años, San Sigfrido confió el cuidado de su diócesis a sus tres sobrinos y se consagró a
predicar el Evangelio en las provincias distantes. Durante su ausencia, un cuerpo de tropa, por odio al
cristianismo y por codicia, saqueó la iglesia de Växjö y asesinó a Unamán y sus hermanos. Los asesinos
enterraron los cuerpos de los mártires en el bosque y arrojaron las cabezas en un foso de donde fueron
recuperadas más tarde, y colocadas en un santuario. Se cuenta que las cabezas hablaron en dicha ocasión. El
rey resolvió ejecutar a los asesinos, pero San Sigfrido le rogó que les perdonara. Sin embargo, Olaf les
condenó a pagar una importante multa y la entregó al santo; pero éste, a pesar de su extrema pobreza y las
dificultades por las que pasaba para reconstruir su iglesia, no quiso aceptar ni un céntimo. San Sigfrido
poseía en grado heroico el espíritu apostólico; predicó el Evangelio también en Dinamarca.
Fue canonizado por el Papa Adrián IV, el Pontífice inglés que había trabajado celosamente por la
propagación de la fe en las regiones del norte de Europa, cien años después de san Sigfrido. Los suecos
honran al santo como a su apóstol.