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Ángela Guerrero González, Sor Ángela de la Cruz, Madre de los pobres nació en Sevilla el 30 de enero de
1846. Hija de padres honrados y pobres.
Casado en Sevilla con la joven Josefa González, cuyos padres eran procedentes de Sevilla (Arahal y
Zafra). Los dos esposos llegaron a tener hasta catorce hijos, de los cuales solo seis, tres hijos y tres hijas,
sobrevivieron hasta edad adulta. Ambos trabajaban para el convento de los Padres Trinitarios, poco distante
de la calle Santa Lucía, 13 donde ellos tenían su casa cuando nació Angelita. El padre hacía de cocinero y la
madre lavaba, cosía y planchaba la ropa de los frailes. La niña fue bautizada en la parroquia de Santa Lucía,
el 2 de febrero con el nombre de María de los Ángeles, pero para los que la conocen será siempre Angelita.
En su casa aprendió los buenos ejemplos de piedad, pero también el celo de su madre, que cuidaba con sus
pocos recursos que fueren bautizados cuanto antes los niños pobres del barrio, haciendo de madrina de
muchos. En una habitación de la casa ponía un altar a la Virgen en el mes de mayo, y allí se rezaba el rosario
y se obsequiaba particularmente al Virgen.
Su padre murió pronto. Sin embargo la madre llegara a ver la obra de su hija, y las Hermanitas de la Cruz
la llamaran con el dulce nombre de "la abuelita" y quedaran admiradas de las muchas virtudes que florecían
en el jardín de su alma. Ella supo trasplantarlas al jardín del alma de su hija Ángela. Se dice que un día,
siendo aún muy pequeña, desapareció y todos la buscaron. Todos menos su madre que enseguida adivinó
donde estaba: en la iglesia. Allí la encontraron rezando y recorriendo los altares. Ya mayor dirá: "Yo, todo el
tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas".
Llegada a la edad de poder trabajar sus padres la colocaron como aprendiz en un taller de zapatería desde
los 12 años para contribuir a la economía familiar, allí permaneció hasta los 29 de forma casi ininterrumpida,
con todas las garantías para que en el mundo del trabajo no perdiera su inocencia y virtud cristiana. La
maestra de taller doña Antonia Maldonado, era dirigida espiritual del canónigo don José Torres Padilla, que
tenía en Sevilla fama de preparar santos, le llamaban "el santero" por el tipo de personas que con él se
confesaban y dirigían. Con él pondrá en contacto doña Antonia a la ferviente discípula Angelita Guerrero.
Allí se organizaba el rezo del rosario entre las empleadas diariamente y se leían las vidas de santos.
Cuando Angelita conoció al Padre Torres Padilla tenía 16 años. Tres años después pedirá su entrada como
lega en el convento de las Carmelitas Descalzas del barrio de Santa Cruz. No la consideraron con la salud y
energías físicas suficientes para los trabajos de lega y no la admitieron en el convento.
De 1862 a 1865, Ángela, que asombra por sus virtudes a cuantos la conocen, reparte su jornada entre su
casa, el taller, las iglesias donde reza y los hogares pobres que visita.
Por aquel tiempo se declaró la epidemia de cólera en Sevilla y Angelita tuvo ocasión, bajo la dirección del
Padre Torres, de emplearse con generosa entrega al servicio de los pobres enfermos hacinados en los corrales
de vecindad, las víctimas más propicias de esa enfermedad. Ángela se multiplica para poder ayudar a estos
hombres, mujeres y niños castigados tan duramente por la miseria. Y en ese mismo año pone en
conocimiento de su confesor, el padre Torres, su voluntad de "meterse a monja".
Vocación
Sus deseos de vivir sólo para Dios y para el servicio, en una consagración total de su persona en la vida
religiosa aumentaban.
Bajo el consejo del Padre Torres intentó hacer el postulado en el hospital de las Hijas de la Caridad de
Sevilla. Lo comenzó en el año 1868. Y, aunque su salud era precaria, las religiosas hicieron esfuerzos por
conservarla, procurando enviarla a Cuenca y a Valencia para ver si se fortalecía.
Siendo novicia, tuvieron que enviarla a Sevilla para probar de nuevo con sus aires natales; pero todo fue
inútil, sus vómitos frecuentes no le permitían retener la comida. Tuvo que salir del noviciado. Y, lo más
doloroso para ella es que todo esto sucedía cuando su director, el Padre Torres, se encontraba en Roma,
como consultor teólogo del Concilio Vaticano I.
En su casa la acogieron de nuevo con gran cariño, y en poco tiempo el señor permitió que recobrar su
salud. También volvió al taller de zapatería.
Regresó pronto el Padre Torres, al tener que suspenderse el Concilio en 1870. también él la acogió con
todo cariño y continuo guiándola por los caminos difíciles por los que dios quería conducirla. Ambos
preveían que Dios la quería para algo que no adivinaban aún.
El 1 de noviembre de 1871 Angelita prometió en un acto privado , a los pies de Cristo en la Cruz, vivir
conforme a los consejos evangélicos.
En 1873 tendrá la visión fundamental que le definirá su carisma en la Iglesia: subir a la Cruz, frente a
Jesús, del modo más semejante posible a una criatura para ofrecerse víctima por la salvación de sus
hermanos los pobres. Bajo la guía y mano firme de su director espiritual, irá recibiendo de Dios los
caracteres específicos del Instituto que dios deseaba por su medio inaugurar en la Iglesia:
La Compañía de las Hermanas de la Cruz.
Ella siguió trabajando en el taller como "zapaterita", a la vez que, por encargo de su padre espiritual,
dedicaba su tiempo libre a recoger las luces que Dios le daba sobre su vocación y futuro Instituto, hasta que
recibió la orden de dejar el taller y dedicar todo su tiempo a la fundación.
Carisma
Viendo que no podía ser monja en el convento, se dijo a sí misma: "Seré monja en el mundo" e hizo los
Votos religiosos. Un billete de 1º de noviembre de 1871 nos revela que "María de los Ángeles Guerrero, a
los pies de Cristo Crucificado" promete vivir conforme a los consejos evangélicos: Ya que le ha fallado ser
monja en el convento, será monja fuera. Dos años más tarde, Ángela pone en manos del doctor Torres
Padilla unas reflexiones personales en las que se propone, no vivir siguiendo a Jesús con la cruz de su vida,
sino vivir permanentemente clavada en ella junto a Jesús.
De ahora en adelante se llamará Ángela de la Cruz.
Ángela comienza a afirmarse en una idea que le ha venido con fuerza: "hay que hacerse pobre con los
pobres".
Su alma caminó de claridad en claridad, a través de las pruebas interiores más terribles, apoyada en la
clarividencia y firmeza de su director, hasta las cumbres del desposorio espiritual con Cristo. El 22 de marzo
de 1873 comienza a descubrir con nitidez su carisma personal de ser ante Dios y la Iglesia Ángela de la
Cruz.
Tuvo una visión del Calvario con dos cruces, una frente a la otra y muy cerca. En una estaba Jesús
crucificado. Se sintió llamada por Él, en la otra: con unos deseos tan vivos y un ansia tan vehemente y un
consuelo tan puro, que no me quedaba duda que era Dios quien me invitaba a subir a la cruz. De ahí en
adelante, no volverá atrás en la dirección indicada por esa gracia: la pobreza, el desprendimiento de todo lo
terreno a imitación de san Francisco, y la santa humildad , característica más típica, traducida en
humillación: Que no haya otro estado tan bajo, tan despreciable, tan humillante, al que yo no pertenezca, y
eso hasta después de su muerte.
Había encontrado el tesoro, que se le descubrirá como la voluntad de Dios, de crear un Instituto de
víctimas que se quieran unir a Jesús en la Cruz por la salvación de sus hermanos los pobres.
Las luces y gracias recibidas de Dios en ese tiempo, le fueron descubriendo no sólo el espíritu del nuevo
Instituto, sino también, con luces y energías espirituales extraordinarias, en la historia de la espiritualidad,
los caracteres que convenían a sus casas, a sus capillas, portería, dormitorio y hasta la distribución ordinaria
del tiempo en sus comunidades.
Se le descubría la necesidad de rebatir con la vida de estas nuevas religiosas la corrupción de su siglo. Los
librepensadores del tiempo piensan en las religiosas como en gente que no quiere trabajar y buscan una vida
cómoda; y de las que se dedican a la caridad, no saben sino mandar sin que a ellas les falte nada. La regla de
estas religiosas había de demostrar con el ejemplo que por sólo amor de Dios, se abrazan con todo lo
contrario.
Había de reunir en una sola vida: la penitencia de los Padres del desierto con la caridad de san Vicente de
Paul; la contemplación y pobreza de la más oculta religiosa con la vida laboriosa de quien trabaja para
aumentar el socorro de los pobres.
Pensaba en jóvenes, desprendidas de todo lo terreno hasta de ellas mismas, sin nada terreno más que la
ropa puesta y ésta de limosna: sin flores ni estampas ni ninguna clase de animalitos, para que en nada pueda
apegarse el corazón; ocultas y desconocidas y sin ninguna apariencia que las haga especiales; una comunidad
de vida extraordinaria por su penitencia, obediencia y mortificación en todo.
"De oración continua a imitación de los ángeles, que bajan del cielo para aliviar a sus hermanos los
hombres sólo cuando Dios se lo manda. Silenciosas por las calles, lo único que debería distinguirlas es la
modestia, compostura y dulzura con que habían de tratar a todos". El Instituto ayer y hoy.
En la casa había de reinar un profundo silencio, con sus paredes blancas y toda muy limpia. En el corredor
ningún mueble más que de trecho en trecho un cuadrito sencillo con la estación del Vía Crucis.
El ajuar basto y limpio. Todo había de ayudar y convidar a la oración, la desprendimiento de todo, sugerir
la limpieza de cuerpo y de espíritu, predicar la pobreza con solo su estilo y el seguimiento de Cristo
crucificado.
Veía a las Hermanas como ángeles volar con diligencia a la asistencia de los pobres enfermos a domicilio,
para evitarles el desconsuelo de verse abandonados, o apartados de la familia, porque no tienen quien se
ocupe de ellos.
En invierno de 1873 Ángela formula votos perpetuos fuera del claustro, y por el voto de obediencia queda
unida al padre Torres. Pero su mente y su corazón inquietos comienzan a "reinar" en una idea que
continuamente le asalta: formar la "Compañía de la Cruz". Obstinada en su empeño el 17 de enero de 1875
comienza a trazar su proyecto, que, como toda obra noble, se verá colmado por el éxito, más ante los ojos de
Dios que ante los ojos de los hombres.
Últimos días
A los 85 años de edad, en junio de 1931, se presentaron los primeros síntomas de su última enfermedad.
Tuvo una embolia cerebral gravísima. En julio perdió el habla y, después de nueve meses clavada en la
cruz, la muerte le sorprendió con las manos llenas de amor, pero vacías de entregar a los demás su vida
hecha dulzura, milagro cotidiano de luz. A las tres menos veinte de la madrugada del día 2 de marzo de
1932, desde su tarima alzó el busto, levantó los brazos hacia el cielo, abrió los ojos, esbozó una dulce
sonrisa, suspiró tres veces y se apagó para siempre, cayendo recostada sobre su tarima. Su espíritu ya estaba
desde hace tiempo en las manos del señor.
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