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Martín de Tours es uno de aquellos hombres que han hecho hablar de sí a muchas generaciones por haber
sido protagonista de episodios aptos para despertar la fantasía popular. Es frecuente la narración del episodio
de San Martín que, cabalgando envuelto en su amplio manto de guardia imperial, encontró a un pobre que
tiritaba de frío, con gesto generoso cortó su manto y le dio la mitad al pobre. Por la noche, en sueños, vio a
Jesús envuelto en la mitad de su manto, sonriéndole agradecido.
Martín, hijo de un tribuno romano, nació en Sabaria, en Panonia, hacia el 315. A los quince años ya vestía
el uniforme militar. El episodio del manto hay que colocarlo en este periodo, porque a los 18 años recibió el
bautismo y abandonó la milicia para seguir a San Hilario de Poitiers, su maestro. Después de un breve
noviciado de vida eremítica en la Isle Galinaria, Martín fundo dos monasterios: Ligugé, el más antiguo de
Europa, y Marmoutier, que se convertiría en un gran centro de vida religiosa.
Después del paréntesis contemplativo, siguió el activo: Martín, elegido obispo de Tours, se convirtió en el
grande evangelizador de Francia. Había sido, como se dice, soldado sin quererlo, monje por elección y
obispo por deber. En los 27 años de vida episcopal se ganó el amor entusiasta de los pobres, de los
necesitados y de cuantos sufrían injusticias, pero no era bien visto por los de su clero que querían vivir
tranquilamente. De hecho fue acusado por un sacerdote llamado Bricio. Su respuesta fue proverbial: “¿Si
Cristo soportó a Judas, por qué no debería yo soportar a Bricio?”
Murió el 8 de noviembre del 397 en Candes, durante una visita pastoral. Sus funerales, que tuvieron lugar
tres días después, fueron una verdadera apoteosis; en ese día, el 11, se conmemora su memoria. Se puede
considerar como el primer santo no mártir con fiesta litúrgica. Esa fecha quedó también como punto de
referencia en los contratos de arrendamientos, de terrenos, de compraventas, en el mundo agrícola: “el nuevo
vino se bebe en San Martín”, se dice todavía hoy en muchas regiones de Italia y de Francia.
La mitad del manto que – según la leyenda – San Martín compartió con el pobre de Amiens, se conserva
celosamente en una capilla. Al custodio de la capilla se llama “capellán”, sin ser lo, porque es el protector de
la “capa” del Obispo de Tours.
http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=564