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5 octubre 2024

TÉMPORAS DE ACCIÓN DE GRACIAS Y PETICIÓN

Fernández Carvajal. Hablar con Dios, tomo VII

En este día, la Iglesia nos invita a que hagamos balance de los muchos beneficios que hemos recibido de
Dios, para darle gracias, y recuento de lo mucho que necesitamos en el orden espiritual y en el material, para
pedirlo a nuestro Padre Dios, siempre dispuesto a concedernos lo que necesitamos.


I. Coronarás el año con tus bienes, Señor, y serás la esperanza del confín de la tierra.

Las Témporas son días de acción de gracias y de petición que la Iglesia ofrece a Dios, terminados la
recolección de las cosechas y el período anual que muchos tienen de descanso. Es también un día propicio de
petición de ayuda al Señor para recomenzar de nuevo en las actividades del trabajo normal y también en la
vida interior de cada uno.

Agradecer y pedir son dos modos de relacionarnos diariamente con nuestro Padre Dios. Es mucho lo que
necesitamos; es mucho lo que debemos agradecer. En primer lugar hemos de ser conscientes de los dones del
Señor, «porque si no conocemos qué recibimos, no despertamos al amor». No sabremos amar si no somos
agradecidos. Ten cuidado, no te olvides del Señor leemos en la Primera lectura de la Misa... No sea que
cuando comas hasta hartarte, cuando te edifiques casas hermosas y las habites, cuando críes tus reses y
ovejas, aumentes tu plata y tu oro, y abundes de todo, te vuelvas engreído y te olvides del Señor tu Dios, que
te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y
alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que te sacó agua de una roca de pedernal.

La vida de Jesús, nuestro Modelo, es una continua acción de gracias al Padre. Con motivo de la
resurrección de Lázaro, exclamará Jesús: Padre, te doy gracias porque me has escuchado. En la
multiplicación de los panes, Jesús tomó los panes y, dando gracias, dio a los que estaban recostados, e
igualmente los peces... En la institución de la Eucaristía, antes de pronunciar las palabras sobre el pan y el
vino, el Señor dio gracias. Y así, en incontables ocasiones. Por eso, «podemos decir afirma el Papa Juan
Pablo II que su oración, y toda su existencia terrena, se convirtió en revelación de esta verdad fundamental
enunciada por la Carta de Santiago: Todo don bueno y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del
Padre de las luces... (Sant 1, 17)». La acción de gracias «es como una restitución, porque todo tiene en Él su
principio y su fuente. Gratias agamus Domino Deo nostro: es la invitación que la Iglesia pone en el centro de
la liturgia eucarística». Nada hay más justo y necesario que dar gracias al Señor todos los días de nuestra
vida, sin olvidar que «la mayor muestra de agradecimiento a Dios es amar apasionadamente nuestra
condición de hijos suyos». Hoy, la Iglesia nos lo recuerda especialmente.


II. El principal reproche que San Pablo dirige a los paganos es que, habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. No seamos nosotros ingratos. Este año por el que damos
gracias ha estado lleno de dones del Señor: unos claros y visibles; otros, a veces más valiosos, han pasado
ocultos: peligros del alma y del cuerpo de los que nos ha librado nuestro Padre Dios; personas a las que
hemos conocido y que tendrán una importancia decisiva en nuestra salvación; gracias y ayudas que nos han
pasado inadvertidas; incluso acontecimientos que quizá hemos interpretado como algo negativo (una
enfermedad, un fracaso profesional...) veremos más tarde que han sido un regalo de Dios. Nuestra vida
entera es un bien inmerecido. Por eso las acciones de gracias han de ser continuas: deben ser actos de piedad
y de amor para ser practicados siempre. Comprendemos que en el Prefacio de la Santa Misa, la Iglesia nos
recuerde todos los días que es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre
santo. También cuando nos llega el dolor o la enfermedad: ¡Dios mío, gracias!. Y el alma se llena de paz,
porque entiende que de aquello que parece poco grato o no deseable, Dios sacará mucho fruto. «Este gracias
es como el leño que Dios mostró a Moisés, que arrojado en las aguas amargas, las trocó en dulces (cfr. Ex
15, 25)».

El Fundador del Opus Dei acostumbraba a recomendar a sus hijos que dieran gracias al Señor pro
universis beneficiis... etiam ignotis, por todos sus beneficios, también por los que nos pasan inadvertidos.
Posiblemente «uno de nuestro mayores sonrojos al llegar al juicio procederá de ahí: de la cantidad enorme de
regalos divinos que no supimos apreciar, y agradecer, como tales dones; de los disgustos innecesarios que
nos llevamos por lo que calificamos de indiferencia divina para nuestras oraciones. Al menos entonces sí que
le daremos gracias, avergonzados, porque tuvo la bondad de no escuchar tantas peticiones necias como le
formulamos. Es muy posible que, de hacernos caso y prestar satisfacción literal a nuestros ruegos,
hubiéramos de escuchar el último día las mismas palabras que aquel atormentado Epulón, triunfador aquí
abajo: Hijo, acuérdate de que recibiste ya tus bienes en la vida (Lc 16, 25)».

¡Qué sorpresa cuando descubramos que en muchos de los acontecimientos y sucesos que los hombres
consideraron como un mal, hubieran visto un gran bien, con más fe y visión sobrenatural! Nuestra gratitud
está muy relacionada con el Cielo, del que es ya un adelanto, pero también con el Purgatorio. «¡Cómo
agradeceremos al Señor los sinsabores que permitió en nuestra vida! Son delicadezas de un Padre que desea
ver a sus hijos limpios, purificados, prontos para acudir junto a Él, inmediatamente, al concluir nuestro viaje
por este mundo. Como nos ama, no quiere para nosotros la dilación de un imprescindible purgatorio, y nos
hace la merced de facilitarlo en esta vida. Al final le daremos gracias, sobre todo, porque haya accedido en
particular a una de nuestras oraciones: ésa en la que, tal vez sin darnos cuenta, le pedimos con la Iglesia
spatium verae penitentiae, oportunidad para una verdadera y fructuosa penitencia».

Demos gracias al Señor en todo tiempo y lugar, en cualquier circunstancia, pero de modo muy particular
en la Santa Misa, la Acción de gracias por excelencia. Y con la Liturgia de la Misa, le decimos: Te
ofrecemos, Señor, este sacrificio de alabanza en acción de gracias por los dones que nos has concedido;
ayúdanos a reconocer que es dádiva tuya lo que hemos recibido sin merecerlo.


III. Junto a la acción de gracias continua, la petición reiterada, porque son muchas las ayudas que
necesitamos, sin las cuales no podremos salir adelante. Aunque el Señor nos concede de hecho muchos
dones sin que se los pidamos, ha dispuesto otorgarnos otros teniendo en cuenta la fuerza de la oración de sus
hijos. Y como no sabemos cuál es la medida de oración que su insondable Providencia espera para
otorgarnos esas gracias, es necesario que pidamos incansablemente: es preciso orar siempre y no desfallecer.
Y el Señor, en el Evangelio de la Misa, nos da la seguridad más plena de que serán siempre atendidas
nuestras oraciones. Él mismo sale fiador con su palabra: todo lo que pidamos y sea para nuestro bien se nos
concederá siempre. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide
recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.

Hay además una razón para ser perseverantes en la oración: cuanto más pedimos, más nos acercamos a
Dios, más crece nuestra amistad con Él. En la tierra, cuando hay que pedir un favor a un poderoso se busca
un lazo que nos una a él, el momento oportuno, en que se encuentre de buen ánimo... A nuestro Padre Dios
siempre le encontramos dispuesto a escucharnos. ¿Hay acaso alguno entre vosotros que, pidiéndole pan un
hijo suyo, le dé una piedra? ¿O si le pide un pez, le dé una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis
dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que se las
pidan? Disponemos de todos los motivos para acudir con confianza a nuestro Dios. Nada puede quebrantar
esa fe, nada puede legítimamente atenuarla.

¿Y qué tenemos que pedir? «¿Quién no tiene cosas que pedir? Señor, esa enfermedad... Señor, esta
tristeza... Señor, aquella humillación que no sé soportar por tu amor... Queremos el bien, la felicidad y la
alegría de las personas de nuestra casa; nos oprime el corazón la suerte de los que padecen hambre y sed de
pan y de justicia; de los que experimentan la amargura de la soledad; de los que, al término de sus días, no
reciben una mirada de cariño ni un gesto de ayuda.

»Pero la gran miseria que nos hace sufrir, la gran necesidad a la que queremos poner remedio es el pecado,
el alejamiento de Dios, el riesgo de que las almas se pierdan para toda la eternidad».

Y tenemos además un camino que la Iglesia nos ha señalado desde siempre, para que nuestras oraciones
lleguen con más prontitud ante la presencia de Dios. Este camino es la mediación de María, Madre de Dios,
y Madre nuestra. Y entre las oraciones que la piedad cristiana ha dirigido a Santa María a lo largo de los
siglos, el Santo Rosario, que la Iglesia nos propone como devoción particular de este mes de octubre, ha sido
camino eficaz para toda petición, para toda necesidad. «No dejéis de inculcar con todo cuidado la práctica
del Rosario aconsejaba Pío XI, la oración tan querida de la Virgen y tan recomendada por los Sumos
Pontífices, por medio de la cual los fieles pueden cumplir de la manera más suave y eficaz el mandato del
Divino Maestro: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». No desechemos el consejo.