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30 octubre 2024

San Alonso Rodríguez (+ 1617)

Alonso, nacido en 1533, fue el tercer hijo de la numerosa familia de Diego Rodríguez, un comerciante
acomodado de Segovia, España.

El Beato Pedro Fabro y otros jesuitas, llegaron a predicar una misión en Segovia y se hospedaron en la
casa de Diego. Al terminar la misión, el huésped les propuso que fuesen a descansar unos días en su casa de
campo. Alonso, que tenía entonces unos diez años, partió con ellos y el Beato Pedro Fabro se encargó de
prepararle para la primera comunión. A los catorce años, Alonso partió con su hermano mayor a estudiar en
el colegio de los jesuitas de Alcalá, pero su padre murió menos de un año después y Alonso tuvo que volver,
para ayudar a su madre en la administración de los negocios. Cuando Alonso tenía veintitrés años, su madre
se retiró de la administración y le dejó encargado de ella. Tres años más tarde, Alonso contrajo matrimonio
con María Suárez.

Los negocios iban mal, y la dote de la mujer de Alonso no era suficiente para mejorarlos. El joven no era
mal comerciante, pero la situación no le ayudaba. La hijita de Alonso murió poco después de nacer; su
esposa la siguió al sepulcro, después de dar a luz a un niño. Dos años más tarde, murió también la madre de
Alonso. El dolor de la muerte de sus seres queridos se convirtió en una oportunidad de abrirse a la gracia
para hacer en todo la voluntad de Dios. Hasta entonces, había cumplido como cristiano pero ahora Dios le
llamaba a más. Vendió su negocio a fin de obtener lo suficiente para sostenerse y se fue a vivir, con su hijito,
a la casa de sus dos hermanas solteras, Antonia y Juliana, que eran muy piadosas. Ellas se ocuparon de
enseñarle a meditar, de suerte que, al poco tiempo, Alonso oraba dos horas cada mañana y, por la tarde,
reflexionaba sobre los misterios del rosario. De esta manera Dios le pudo demostrar la pobreza de su vida
pasada a la luz de Cristo.

A raíz de una visión de la felicidad del cielo, hizo una confesión general. Desde entonces, empezó a
practicar duras mortificaciones y a confesarse y comulgar una vez por semana. Algunos años más tarde,
murió su hijo y Alonso, que se encontraba muy adolorido, experimentó un gran consuelo al comprender que
su hijo se había librado del peligro de ofender a Dios.

Volvió entonces con más fuerza la idea de abrazar la vida religiosa, y pidió su admisión a los jesuitas de
Segovia. Estos le disuadieron dado a que tenía ya casi cuarenta años, su salud era bastante mala y su
educación no era suficiente para el sacerdocio. Sin perder ánimo, Alonso fue a Valencia, a su antiguo amigo,
el P. Luis Santander, S.J., quien le recomendó que empezase a aprender el latín para ordenarse cuanto
antes. Le servía de consuelo que el fundador de los jesuitas, San, también había entrado tarde en la vida
religiosa.

Alonso empezó a asistir a la escuela con los niños, lo cual constituía no poca mortificación. Como había
dado a sus hermanas y a los pobres casi todo el dinero que tenía, hubo de entrar a servir como criado y aun se
vio obligado a pedir limosna, de cuando en cuando. En la escuela conoció a un hombre de su edad y de
aspiraciones semejantes a las suyas, el cual trató de persuadirle a que renunciase a ser jesuita y se fuese con
él a vivir como ermitaño. Alonso le hizo una visita en su ermita de la montaña, pero súbitamente cayó en la
cuenta de que se trataba de una tentación contra su verdadera vocación y volvió enseguida a Valencia, donde
dijo al P. Santander:"Os prometo que jamás en mi vida volveré a hacer mi propia voluntad. Haced de mí lo
que queráis".

El 31 de enero de 1571, el provincial de los jesuitas, desoyendo el parecer de sus subordinados, aceptó a
Alonso Rodríguez como hermano lego. Permaneció en Valencia seis meses para terminar el noviciado, y
luego fue enviado al colegio de Monte Sión en Palma de Mallorca donde pronto fue nombrado portero. San
Alonso desempeñó ese oficio hasta que la edad y los achaques se lo impidieron.

El P. Miguel Julián resumió, en una frase, la fama de santidad que alcanzó el hermanito en ese puesto:
"Este hermano no es un hombre, sino un ángel". San Alonso consagraba a la oración todos los instantes que
le dejaba libre su oficio. Aunque llegó a vivir en constante unión con Dios, su camino espiritual estuvo muy
lejos de ser fácil. Sobre todo en sus últimos años, el santo atravesó por largos períodos de desolación y
aridez y se veía afligido de graves dolores en cuanto hacía el menor esfuerzo por meditar. Como si eso no
bastase, le asaltaron las más violentas tentaciones, como si tantos años de mortificación no hubiesen servido
de nada. La respuesta de Alonso fue intensificar aún más la penitencia, sin desesperar jamás. Siguió en el
cuidadoso cumplimiento de sus obligaciones, convencido de que, llegado el momento escogido por Dios,
volvería a gozar de las dulzuras y éxtasis de la oración. Y así fue. Llegó a tener entonces consolaciones "tan
intensas, que no podía levantar los ojos del alma a Jesús y María sin verles como si estuviesen presente"

Inspiración para todos

Algunos sacerdotes que le conocieron durante varios años, declararon que jamás le habían visto hacer ni
decir nada que no estuviese bien. En 1585, cuando tenía cincuenta y cuatro años, hizo los últimos votos, los
que renovó en la misa todos los días de su vida. La existencia de un portero no tiene nada de envidiable y,
menos tratándose de la portería de un colegio, donde se necesita una dosis muy especial de paciencia. Sin
embargo, el oficio tiene sus compensaciones, ya que el portero conoce a muchas personas y es una especie
de eslabón entre el exterior y el interior. En el colegio de Monte Sión, además de los estudiantes, había un ir
y venir continuo de sacerdotes, nobles, profesionistas y empleados que debían tratar asuntos con los padres.
También acudían mendigos en busca de limosna y los comerciantes que iban a vender sus productos. Todos
conocieron, respetaron y veneraron al hermano Alonso. En busca de cuyo consejo acudían los sabios y los
sencillos y su reputación se extendió mucho más allá de los muros del colegio. El más famoso de sus
"discípulos" fue San Pedro Claver que, en 1605, estudiaba en el colegio. Durante tres años, se puso bajo la
dirección de San Alonso, el cual, iluminado por Dios, le entusiasmó y alentó para trabajar en América. Ahí
fue donde San Pedro Claver ganó el título de "el apóstol de los negros".

San Alonso profesó siempre una profunda devoción a la Inmaculada Concepción. El Beato Raimundo
Lulio había defendido ese privilegio mariano en Mallorca, 300 años antes. En una época, se creyó que San
Alonso había compuesto el Oficio Parvo de la Inmaculada. El santo practicaba y propagaba ardientemente
esa devoción y ello dio origen a ese error.

San Alonso fue canonizado junto con San Pedro Claver el 15 de enero de 1888

http://www.corazones.org/santos/alonso_rodriguez_sj.htm