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Poco se conoce de este Felipe, que siendo un anciano y venerable obispo en Heraclea de Tracia, en la
costa griega, murió mártir durante la persecución de Diocleciano. Primero cerraron las autoridades romanas
su iglesia. El buen obispo no se inmutó y se limitó a recordar a todos que Dios no vive entre paredes sino en
el corazón de los hombres. Poco después se le exigió entregar los libros y vasos sagrados de la Iglesia, y al
rehusar, se le apresó y azotó.
Después le exigieron adorar al emperador y a los dioses romanos, y cuando también rehusó
terminantemente, fue arrojado a la hoguera donde culminó su martirio.