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21 octubre 2024

San Hilarión, abad (291-371)

Hilarión significa: "El muy alegre".

Es el santo de la abstinencia y del ayuno perpetuo.

Nació en Palestina pero no era judío. Sus padres eran paganos.

Fue a estudiar a Alejandría (en Egipto) donde había una escuela muy afamada de los cristianos, y allá se
convirtió al cristianismo y se hizo bautizar.

Oyó hablar del famoso monje San Antonio Abad y se fue a visitarlo al desierto. Estuvo en su compañía
durante dos meses y se quedó admirado de la gran santidad de este monje y de su bondad exquisita, como
también de los ayunos y mortificaciones que hacía. Se propuso imitarlo en cuanto más le fuera posible. Pero
viendo que allá en Egipto era mucha la gente que iba a visitar a San Antonio para consultarle, se volvió a su
patria a vivir en perfecta soledad en un desierto.

Vendió las posesiones que le habían dejado sus padre y repartió el dinero entre los pobres y se marchó a
un desierto de Palestina a orar y meditar. San Antonio le había regalado una túnica hecha de material muy
rudo y tosco, y con esa túnica pasó mucho tiempo, sin estrenar jamás un vestido, como penitencia de sus
pecados. Siendo de constitución muy débil y sumamente sensible al frío y al calor, sin embargo durante los
espantosos calores del desierto durante el día no tomaba ni una gota de líquido. Y en los fríos intensísimos de
la noche no se abrigaba con nada más que con su tosca túnica. Era una penitencia capaz de hacer santo a
cualquiera (con razón decía San Luis de Montfort que ante las mortificaciones de los santos nosotros somos
como unos pollos mojados y unos burros muertos, o sea: ¡muy poquita cosa!).

Se propuso no comer nada ningún día antes de que se ocultara el sol, y lo cumplió toda la vida (¡qué
comparación con nuestra flojedad que no nos permite ni siquiera pasar medio día sin comer o beber!). Los
primeros años únicamente se alimentaba con unos dátiles que comía cada anochecer. Pero luego se dio
cuenta de que esto le estaba perjudicando en su salud, y empezó a comer de vez en cuando algunas verduras
y un poco de pan y aceite. Cuando las tentaciones impuras lo atacaban con más fuerza, reducía su
alimentación a la mitad de lo que comía de ordinario, y decía: "Estoy debilitando un poco a este asno salvaje
que es mi cuerpo, para que no le lance tantas coces a mi alma".

Se construyó una celda tan corta y angosta que apenas cabía acostado o de rodillas. Dos metros de larga,
metro y medio de ancha y metro y medio de alta. Y rara vez salía de allí. San Jerónimo que conoció tal
rancho se quedó aterrado ante tanta mortificación. Pero así conseguía convertir pecadores y pagar sus
propios pecados.

Sentía gran deseo de ir a visitar los santos lugares donde nació, vivió y murió Jesús, y estando en ese
mismo país le quedaba fácil hacerlo. Pero no lo hizo sino una sola vez en su vida y esta vez con grandes
sentimientos de piedad y veneración. Después hizo el sacrificio de no volver más por allí. Hasta en esos
deseos tan santos sabía mortificarse.

En varios sitios donde estuvo viviendo, su modo de ganarse la vida era recorrer terrenos solitarios, y
recoger leña y mandar a algunos de sus discípulos a venderla, y con eso comprar el alimento para él y para
otros.

Cuando ya llevaba 20 años haciendo penitencia en el desierto, unos esposos acudieron a él a pedirle que
rezara para que en su hogar hubiera hijos, pues eran estériles. San Hilarión oró por ellos y Dios les concedió
unos hijitos muy hermosos. Esto hizo que se volviera sumamente popular en los alrededores, y empezaron a
llegar montones de gente a visitarlo y a pedirle consejos y oraciones.

Varios hombres quisieron imitar a San Hilarión y se fueron a vivir también en cabañas en esas soledades.
Él los dirigía y les enseñaba el arte de orar, de meditar y de saber dominar el cuerpo por medio de
mortificaciones costosas. Hilarión sufría mucho de sequedades espirituales pero esto mismo le servía para
poder comprender a los que pasaban por horas de tristeza y de crisis y angustias.

Cuando ya tenía unos 65 años se dio cuenta de que no le era posible vivir en soledad. Un gran número de
monjes le pedían dirección espiritual y una continua peregrinación de gentes llegaba a suplicarle oraciones y
a pedirle consejos. Entonces decidió irse a un sitio más alejado y solitario, y empezó una vida errante, la cual
es uno de los casos más típicos y raros en la historia de la Iglesia.

Se fue hacia los desiertos de Egipto donde hacía muy poco tiempo había muerto el gran San Antonio. Allí
los discípulos del santo le hicieron recorrer metro por metro los terrenos donde había vivido el famoso
monje. Le decían: "allí pasaba las noches rezando. En aquella roca se subía cuando quería que nadie fuera a
molestarlo mientras meditaba...". Hilarión suspiraba por llegar a ser como su modelo: el gran Antonio.

Pero sucedió que en aquella región hacía muchos meses que no llovía y la gente estaba sufriendo a causa
del largo verano. El pueblo acudió a implorar las oraciones de San Hilarión a quien consideraban como el
sucesor de San Antonio Abad. El santo rezó con mucha fe y llegaron lluvias muy abundantes. Esto le
consiguió una gran popularidad. Luego empezaron a llegar campesinos mordidos por serpientes venenosas, y
al ser ungidos con aceite bendecido por San Hilarión quedaban curados. El santo viendo que no lograba vivir
oculto y que cada día llegaban más y más personas a buscarlo, dispuso huir una vez más.

Para sus largos viajes no aceptaba sino a los religiosos que fueran capaces de andar con él durante todo el
día sin beber ni una gota de agua ni comer, desde el amanecer hasta el anochecer. Ahora se fue a la Isla de
Sicilia, y se estableció con varios de sus discípulos en un sitio muy deshabitado. Pero otro discípulo suyo que
lo amaba mucho, San Hesiquio, se puso a buscarlo por todas partes. Al fin un comerciante le dijo que en
Sicilia había un famoso monje que hacía muchos milagros. Hacia allá se fue San Hesiquio, y logró encontrar
a su maestro. Y se dio cuenta de que la gente lo estimaba muchísimo por su santidad, por sus milagros y
porque jamás recibía ningún dinero ni regalo alguno.

San Hilarión dijo que quería huir a un sitio donde nadie lo conociera. Y se fueron a la isla de Chipre. Pero
allá un maremoto amenazaba con ahogar a las gentes de la costa, y destruir todas sus habitaciones. El santo
echó una bendición a las olas y estas se calmaron. Con esto su fama se extendió por toda la isla.

Al fin obtuvo que lo dejaran irse a vivir a una altísima roca donde nadie lo distrajera en su oración y en
sus meditaciones, y allí murió muy santamente a la edad de 80 años.

http://www.ewtn.com/spanish/saints/Hilari%C3%B3n.htm