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Fernández Carvajal. Hablar con Dios, tomo VII
Según una venerada tradición, la Santísima Virgen se manifestó en Zaragoza sobra una columna o pilar,
signo visible de su presencia. Desde antiguo se tributó en aquel lugar culto a la Madre de Dios y en su honor
se edificó primero una iglesia y luego la actual basílica, centro de peregrinación de España especialmente y
del mundo hispánico. Pío XII otorgó a todas las naciones de América del Sur la posibilidad de celebrar en
este día la misma Misa particular que se celebra en España.
I. Me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.
Según una antiquísima y venerada tradición, la Virgen, cuando aún vivía en carne mortal, se apareció al
Apóstol Santiago el Mayor en Zaragoza, acompañada de ángeles que traían una columna o pilar como signo
de su presencia.
En la aparición, Nuestra Señora consoló y reconfortó al Apóstol Santiago, a quien prometió su asistencia
materna en la evangelización que estaba llevando a cabo en España. Desde entonces, el Pilar es considerado
como «el símbolo de la firmeza de fe»; a la vez, nos indica el camino seguro de todo apostolado: Ad Iesum
per Mariam, a Jesús, por María. La Virgen es el pilar firme, los cimientos seguros, donde se asienta la fe y
donde esta fe se guarda. «Por medio de ella, a través de muy diversas formas de piedad, ha llegado a muchos
cristianos la fe en Cristo, Hijo de Dios y de María». Son sostenidos «por la devoción a María, hecha así
columna de esa fe y guía segura hacia la salvación».
Al ver tantas naciones y pueblos diversos que celebran hoy esta fiesta y al contemplar su amor a la Virgen
podemos ver cumplidas las palabras de la Sagrada Escritura: Eché raíces entre un pueblo grande, en la
porción del Señor, en su heredad. Crecí como cedro del Líbano y como ciprés del monte Hermón, me he
elevado como palmera de Engadí y como rosal de Jericó, como gallardo olivo en la llanura y como plátano
junto al agua. Exhalé fragancia como el cinamomo y la retama, y di aroma como mirra exquisita, como
resina perfumada, como el ámbar y el bálsamo, como nube de incienso en el santuario. Su devoción se ha
extendido por todas partes.
La fiesta de hoy es una excelente ocasión para pedir, por su mediación, que la fe que Ella alentó desde el
principio se fortalezca más y más, que los cristianos seamos testigos firmes, con más fortaleza cuanto
mayores sean las dificultades que podamos encontrar en el ambiente del trabajo, de las personas con las que
habitualmente nos relacionamos, o en nosotros mismos. Esto nos consuela: si hemos de enfrentarnos a
obstáculos más grandes, más gracia nos obtendrá Nuestra Señora para que salgamos siempre triunfadores.
Le pedimos hoy ser pilares seguros, cimiento firme, donde se puedan apoyar nuestros familiares y
nuestros amigos. Dios todopoderoso y eterno le rogamos en la Misa propia de esta fiesta que en la gloriosa
Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan con la secular advocación del Pilar;
concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.
II. Tú permaneces como la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo en el desierto.
En el libro del Éxodo se lee cómo Yahvé precedía al pueblo en el desierto, de día como una columna en
forma de nube para indicarle el camino, y de noche como una columna de fuego para alumbrarle. En el Libro
de la Sabiduría se señala: Y en lugar de tinieblas encendiste una columna, que le diste para su camino, un sol
que no les quemaba, para una gloriosa peregrinación.
La Virgen fue quien marchó delante en la evangelización de los comienzos, alumbrando el camino, y es
quien ahora va primero, iluminando nuestro propio camino y el apostolado personal que como cristianos
corrientes realizamos en nuestra familia, en el trabajo y en los ambientes que frecuentamos. Por eso, cuando
nos proponemos acercar a un familiar o a un amigo a Dios, lo encomendamos en primer lugar a Nuestra
Señora. Ella quita obstáculos y enseña el modo de hacerlo. Cada uno de nosotros, quizá, ha experimentado
esta poderosa ayuda de la Virgen. «Sí, tenemos como guía una columna que acompaña al nuevo Israel, a la
Iglesia, en su peregrinar hacia la Tierra prometida, que es Cristo el Señor. La Virgen del Pilar es el faro
esplendente, el trono de gloria, que guía y consolida la fe de un pueblo que no se cansa de repetir en la Salve
Regina: Muéstranos a Jesús».
La evangelización iniciada en cada lugar del mundo hace siglos o pocos años no terminará hasta el fin de
los tiempos. Ahora nos toca a nosotros llevarla a cabo. Para eso hemos de saber comprender a todos de
corazón. Con más comprensión cuanto más distantes se encuentren de Cristo, con una caridad grande, con un
trato amable, sin ceder en la conducta personal ni en la doctrina que hemos recibido a través del canal seguro
de la Iglesia.
Acudamos a Nuestra Señora pidiéndole luz y ayuda en esas metas apostólicas que nos proponemos para
llevar a cabo la vocación apostólica recibida en el Bautismo. Acudamos a Ella a través del Santo Rosario,
especialmente en este mes de octubre el mes del Rosario, visitemos sus santuarios y ermitas, ofreciéndole
algún pequeño sacrificio, que Ella recoge sonriendo y lo transforma en algo grande. Dirigirnos a Ella en
petición de ayuda es un buen comienzo en todo apostolado.
En esa acción evangelizadora que cada cristiano debe llevar a cabo de modo natural y sencillo, debemos
tenerla a Ella como Modelo. Hemos de mirar su vida normal: veremos su caridad amable, el espíritu de
servicio que se pone de manifiesto en Caná, en la presteza con que ayuda a su prima Santa Isabel... Debemos
contemplar su sonrisa habitual, que la hacía tan atrayente para las personas que habitualmente la trataban...
Así hemos de ser nosotros.
III. Siguiendo la Misa propia de esta advocación mariana, pedimos también hoy al Señor que nos conceda,
por intercesión de Santa María del Pilar, permanecer firmes en la fe y generosos en el amor.
Le suplicamos ser firmes en la fe, el tesoro más grande que hemos recibido. Saber guardarla en nosotros y
en quienes especialmente Dios ha puesto a nuestro cuidado de todo aquello que la pueda dañar: lecturas
inconvenientes, programas de televisión que poco a poco van minando el sentido cristiano de la vida,
espectáculos que desdicen de un cristiano...; guardarla sin ceder en lo que fielmente nos ha transmitido la
Iglesia, manteniendo con fortaleza esa buena doctrina ante un ambiente que en aras de la tolerancia se
muestra en ocasiones intolerante con esos principios firmes en los que no cabe ceder, porque son los
cimientos firmes en los que se apoya toda nuestra vida. Resistid firmes en la fe, exhortaba San Pedro a los
primeros cristianos en un ambiente pagano, parecido al que en algunas ocasiones podemos encontrar
nosotros. Ceder en materia de fe o de moral, por no llevarse un mal rato, por limar aristas, por puro
conformismo y cobardía, ocasionaría un mal cierto a esas personas que quizá un poco más tarde verían la luz
en un comportamiento coherente con la fe de Jesucristo.
En un ambiente en el que quizá abundan la debilidad y la flaqueza, esta firmeza ha de ir acompañada por
la generosidad en el amor: el saber entendernos con todos, incluso con quienes no nos comprenden o no
quieren hacerlo, o tienen ideas sociales y políticas distintas u opuestas, con personas de elevada cultura o con
aquellos que apenas saben leer... Manteniendo siempre una actitud amable, compatible con la firmeza
cuando sea necesaria, que nace de un corazón que trata a Dios diariamente en la intimidad de la oración.
Si la primera evangelización, en España y en todas partes, se realizó bajo el amparo de la Virgen, esta
nueva evangelización de las naciones que están cimentadas desde su origen en principios cristianos también
se realizará bajo su amparo y ayuda, como la columna que guiaba y sostenía día y noche en el desierto al
Pueblo elegido. Ella nos lleva a Jesús, que es nuestra Tierra prometida; «es lo que realiza constantemente,
como queda plasmado en el gesto de tantas imágenes de la Virgen... Ella con su Hijo en brazos, como aquí
en el Pilar, nos lo muestra sin cesar como el Camino, la Verdad y la Vida». «Para eso quiere Dios que nos
acerquemos al Pilar escribía el Venerable Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer al terminar de
relatar algunos pequeños sucesos de su amor a la Virgen en este santuario mariano: para que, al sentirnos
reconfortados por la comprensión, el cariño y el poder de nuestra Madre, aumente nuestra fe, se asegure
nuestra esperanza, sea más viva nuestra preocupación por servir con amor a todas las almas. Y podamos, con
alegría y con fuerzas nuevas, entregarnos al servicio de los demás, santificar nuestro trabajo y nuestra vida:
en una palabra, hacer divinos todos los caminos de la tierra».
Hoy, en su fiesta, nos acercamos con el corazón al Pilar y le pedimos a Nuestra Señora que nos guíe
siempre, que sea la seguridad en la que se apoya nuestra vida.