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1 octubre 2024

Santa Teresita del Niño Jesús, 1873-1897

Catequesis de Benedicto XVI de 6 de abril de 2011

Queridos hermanos y hermanas,

hoy querría hablaros de santa Teresa de Lisieux, Teresa del Niño Jesús y del Rostro Santo, que vivió en
este mundo sólo 24 años, a finales del s. XIX, llevando una vida muy sencilla y oculta, pero que después de
su muerte y de la publicación de sus escritos, se convirtió en una de las santas más conocidas y amadas. La
“pequeña Teresa” no ha dejado de ayudar a las almas más sencillas, los pequeños, los pobres, los que sufren,
y que le rezan, pero también ha iluminado toda la Iglesia, con su profunda doctrina espiritual, hasta tal punto
que el Venerable Juan Pablo II, en 1997, quiso darle el título de Doctora de la Iglesia, añadiéndolo el título
de Patrona de las Misiones, que ya le otorgó Pío XI en 1939. Mi amado Predecesor la definió como “experta
de la scientia amoris” (Novo Millennio ineunte, 27). Esta ciencia, que ve resplandecer en el amor toda la
verdad de la fe, Teresa la expresa principalmente en el relato de su vida, publicado un año después de su
muerte bajo el título de Historia de un alma. Es un libro que tuvo enseguida un enorme éxito, fue traducido a
muchas lenguas y difundido en todo el mundo. Quisiera invitaros a redescubrir este pequeño-gran tesoro,
¡este luminoso comentario del Evangelio plenamente vivido! Historia de un alma, de hecho, ¡es una
maravillosa historia de Amor, relatada con tal autenticidad, sencillez y frescura ante la que el lector no puede
sino quedar fascinado! Sin embargo, ¿cuál es este Amor que ha colmado toda la vida de Teresa, desde la
infancia hasta su muerte? Queridos amigos, este Amor tiene un Rostro, tiene un Nombre, ¡es Jesús!. La santa
habla continuamente de Jesús. Recorramos, entonces, las grandes etapas de su vida, para entrar en el corazón
de su doctrina.

Teresa nació el 2 de enero de 1873 en Alençon, un ciudad de Normandía, en Francia. Era la última hija de
Luis y Celia Martin, esposos y padres ejemplares, beatificados los dos el 19 de octubre de 2008. Tuvieron
nueve hijos, de estos cuatro murieron en edad temprana. Quedaron cinco hijas, que se hicieron religiosas
todas. Teresa, a los 4 años, quedó profundamente afectada por la muerte de su madre (Ms A, 13r). El padre
junto a las hijas, se trasladó entonces a la ciudad de Lisieux, donde se desarrolló toda la vida de la santa. Más
tarde Teresa, sufriendo una enfermedad nerviosa grave, se curó gracias a una gracia divina, que ella misma
definió como “la sonrisa de la Virgen” (ibid., 29v-30v). Recibió la Primera Comunión, vivida intensamente
(ibid., 35r), y puso a Jesús Eucaristía en el centro de su existencia.

La “Gracia de la Navidad” del 1886 marcó el punto de inflexión, lo que ella llamó su “completa
conversión” (ibid., 44v-45r). De hecho, se curó totalmente de su hipersensibilidad infantil e inició una
“carrera de gigante”. A la edad de 14 años, Teresa se acercó cada vez más, con gran fe, a Jesús Crucificado,
y se tomó muy en serio el caso, aparentemente desesperado, de un criminal condenado a muerte e
impenitente (ibid., 45v-46v). “Quería a toda costa impedirle que fuese al infierno”, escribió la Santa, con la
certeza de que su oración lo habría puesto en contacto con la Sangre redentora de Jesús. Es su primera y
fundamental experiencia de maternidad espiritual: “Tanta confianza tenía en la Misericordia Infinita de
Jesús”, escribió. Con María Santísima, la joven Teresa ama, cree y espera con “un corazón de madre” (cfr
PR 6/10r).

En noviembre de 1887, Teresa va de peregrinación a Roma junto a su padre y a su hermana Celina (ibid.,
55v-67r). Para ella, el momento culminante es la Audiencia del Papa León XIII, al que pide el permiso de
entrar, con apenas 15 años, en el Carmelo de Lisieux. Un año después, su deseo se realizó: se hace carmelita,
“para salvar las almas y rezar por los sacerdotes” (ibid., 69v). Al mismo tiempo, comienza la dolorosa y
humillante enfermedad mental de su padre. Es un gran sufrimiento que conduce a Teresa a la contemplación
del Rostro de Jesús en su Pasión (ibid., 71rv).

De esta manera, Su nombre de religiosa -sor Teresa del Niño Jesús y del Rostro Santo- expresa el
programa de toda su vida, en la comunión con los Misterios centrales de la Encarnación y de la Redención.
Su profesión religiosa, en la fiesta de la Natividad de María, el 8 de septiembre de 1890, es para ella un
verdadero matrimonio espiritual en la “pequeñez” del Evangelio, caracterizada por el símbolo de la flor:
“¡Qué bella fiesta la Natividad de María para convertirme en la esposa de Jesús!” -escribe-. Era la pequeña
Virgen Santa de un día, que presentaba su pequeña flor al pequeño Jesús (ibid., 77r). Para Teresa, ser
religiosa significa ser esposa de Jesús y madre de las almas (cfr Ms B, 2v). El mismo día, la santa escribió
una oración que indica la orientación de su vida: pide al Jesús el don de su Amor infinito, de ser la más
pequeña, y sobre todo pide la salvación de todos los hombres: “Que ningún alma se condene hoy” (Pr 2). De
gran importancia es su Oferta al Amor Misericordioso, hecha en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1985
(Ms A, 83v-84r; Pr 6): una ofrenda que Teresa comparte enseguida con sus hermanas siendo ya vicemaestra
de novicias.

Diez años después de la “Gracia de Navidad”, en 1896, llega la “Gracia de Pascua”, que abre el último
periodo de la vida de Teresa, con el inicio de su pasión profundamente unida a la Pasión de Jesús; se trata de
la Pasión del cuerpo, con la enfermedad que la condujo a la muerte a través de grandes sufrimientos, pero
sobre todo se trata de la pasión del alma, con una muy dolorosa prueba de la fe (Ms C, 4v-7v). Con María al
lado de la Cruz de Jesús, Teresa vive ahora la fe más heroica, como luz en las tinieblas que le invaden el
alma. La Carmelita tiene la conciencia de vivir esta gran prueba para la salvación de todos los ateos del
mundo moderno, llamados por ella “hermanos”. Vivió, entonces, más intensamente el amor fraterno (8r-
33v): hacia las hermanas de su comunidad , hacia sus dos hermanos espirituales misioneros, hacia los
sacerdotes y todos los hombres, especialmente los más alejados. ¡Se convierte en una “hermana universal”!.
Su caridad amable y sonriente es la expresión de la alegría profunda cuyo secreto nos revela: “Jesús, mi
alegría es amarte a Ti” (P 45/7). En este contexto de sufrimiento, viviendo el más grande amor en las más
pequeñas cosas de la vida cotidiana, la santa lleva a su total cumplimiento, su vocación de ser el Amor en el
Corazón de la Iglesia (cfr Ms B, 3v).

Teresa murió la noche del 30 de septiembre de 1897, pronunciando las sencillas palabras: ¡Dios mío, os
amo!”, mirando el crucifijo que apretaba con sus manos. Estas últimas palabras de la santa son la clave de
toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio. El acto de amor, expresado en su último aliento, era
como la respiración continua de su alma, como los latidos de su corazón. Las sencillas palabras: Jesús, te
amo” son el centro de todos sus escritos. El acto de amor a Jesús la introduce en la Santísima Trinidad. Ella
escribió: “Ah, tú lo sabes, Divino Jesús, Te amo,/ El espíritu de Amor me inflama con su fuego, /Y amándote
a Ti, me atraigo al Padre” (P 17/2).

Queridos amigos, también nosotros con santa Teresa del Niño Jesús, debemos poder repetir cada día al
Señor, que queremos vivir de amor a Él y a los demás, aprender en la escuela de los santos a amar de una
forma auténtica y total. Teresa es uno de los “pequeños” del Evangelio que se dejan llevar por Dios en la
profundidad de su Misterio. Una guía para todos, sobre todo para los que, en el Pueblo de Dios, desarrollan
el ministerio de teólogos. Con la humildad y la caridad, la fe y la esperanza, Teresa entra continuamente en
el corazón de las Sagradas Escrituras que contiene el Misterio de Cristo. Y esta lectura de la Biblia, nutrida
por la ciencia del amor, no se opone a la ciencia académica. La ciencia de los santos, de hecho, de la que ella
habla en la última página de Historia de un alma, es la ciencia más alta: “Todos los santos la han entendido y
en particular, quizás, aquellos que llenaron el universo con la irradiación de la doctrina evangélica. ¿No es
quizás, por la oración que los Santos Pablo, Agustín, Juan de la Cruz, Tomás de Aquino, Francisco,
Domingo y tantos otros ilustre Amigos de Dios obtuvieron esta ciencia divina que fascina a los genios más
grandes?” (Ms C, 36r). Inseparable del Evangelio, la Eucaristía es para Teresa el Sacramento del Amor
Divino que desciende hasta el extremo para levantarnos hasta Él. En su última Carta, la Santa escribe estas
sencillas palabras sobre la imagen que representa Jesús Niño en la Hostia consagrada: “¡No puedo temer a un
Dios que por mí se ha hecho tan pequeño! (…) ¡Yo lo amo! ¡De hecho, Él no es más que Amor y
Misericordia!”(LT 266).

En el Evangelio, Teresa descubre sobre todo la Misericordia de Jesús, hasta el punto de afirmar: “¡Él me
ha dado su Misericordia infinita, a través de esta contemplo y adoro las demás perfecciones divinas! (…) Y
entonces todas me parecen radiantes de amor, la Justicia misma (y quizás mucho más que cualquier otra), me
parece revestida de amor”(Ms A, 84r). Así se expresa también en las últimas líneas de la Historia de un
alma: “Apenas hojeo el Santo Evangelio, enseguida respiro el perfume de la vida de Jesús y sé hacia donde
correr... No es al primer lugar, sino al último al que me dirijo... Sí lo siento, incluso si tuviese sobre la
conciencia todos los pecados que se pueden cometer, iría con el corazón destrozado por el arrepentimiento, a
lanzarme en los brazos de Jesús, porque sé cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a Él” (Ms C, 36v-37r).
“Confianza y Amor” son por tanto el punto final del relato de su vida, dos palabras que como faros, han
iluminado todo su camino de santidad, para poder guiar a otros sobre su mismo “pequeño camino de
confianza y amor”, de la infancia espiritual (cf Ms C, 2v-3r; LT 226). Confianza como la del niño que se
abandona en las manos de Dios, inseparable por el compromiso fuerte, radical del verdadero amor, que es el
don total de sí mismo, para siempre, como dice la santa contemplando a María: “Amar es dar todo, y darse a
sí mismo” (Perché ti amo, o María, P 54/22). Así teresa nos indica a todos nosotros que la vida cristiana
consiste en vivir plenamente la gracia del Bautismo en el don total de sí al Amor del Padre, para vivir como
Cristo, en el fuego del Espíritu Santo, Su mismo amor por los demás.