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En la provincia y Diócesis de Lérida y en Aytona, España, de Francisco Jornet y de Antonieta Ibars,
agricultores, nace el 9 de enero de 1843, Teresa Jornet, hoy ya canonizada y Patrona de la ancianidad Su
caridad activa hacia los pobres, le movía a llevarlos a casa de su tía en Lérida, a donde se había trasladado
para poder asistir a la escuela de la ciudad.
Estudia magisterio en Argensola, provincia de Barcelona. Solicitó ser admitida en las clarisas de
Briviesca, cerca de Burgos, pero no pudo profesar por la prohibición de la legislación en vigor. Se dedicó a
la enseñanza y se hizo terciaria carmelita. Una enfermedad que padeció después de la muerte de su padre, la
obligó a permanecer en su casa por algún tiempo.
Don Saturnino López Novoa, canónigo de Huesca, su director, a quién confió la dirección de su alma, la
encauzó hacia la fundación de una obra destinada a recoger a los ancianos sin familia y sin medios de
subsistencia. Teresa, que hasta el momento había tenido la impresión desagradable de no haber hecho nada
en su vida, se orientó decididamente hacia este ideal. En 1872, fundó la primera casa en Barbastro, con la
ayuda de algunas jóvenes, y de su hermana, María.
Teresa se adelantó a su tiempo, porque entonces, hace más de un siglo, aún dejaban en la cocina a los
abuelos, aunque con cuchara de madera, pero ahora, ni los quieren, ni les cuidan, y se arman líos entre las
familias para zafarse del engorro de los viejos, según el refrán: “Parientes y trastos viejos, pocos y lejos”. En
el Continente africano carecen de frigoríficos y de muchos de nuestros cachivaches de la modernidad; pasan
hambre y toda clase de necesidades, pero conservan su humanísima tradición de respetar al anciano y
considerarle como una bendición. Les minusvaloramos en esta cultura de la juventud, la belleza y el cultivo
de los cuerpos, pero en humanismo el tercer mundo va por delante con nota al mundo que se cree
supercivilizado.
El 27 de enero de 1873, los miembros de la nueva congregación, recibieron el hábito religioso y Teresa
fue elegida superiora. Un grupo de buenos católicos de Valencia propuso asegurar la vida de la pequeña
comunidad. La madre Teresa aceptó y, como está en Valencia, constituye Patrona a la Virgen de los
Desamparados, título muy apropiado para los ancianos Desamparados. Muy pronto el número de ancianos
fue aumentando y creciendo sin cesar. Para poder recibir más, compró el antiguo convento de los Agustinos.
Esta casa se convirtió en la casa madre de la Congregación de las Hermanas de los Ancianos Desamparados.
Se desarrolló tan de prisa la Obra, que en 1887, cuando fue aprobada por la Santa Sede, contaba ya con 58
casas.
María Teresa de Jesús formó muy sólidamente a sus hijas en el cumplimiento de sus obligaciones con los
ancianos, hasta exponerse a la soledad, al frío y al hambre, para poder darles abrigo y un verdadero cariño.
Aprendió de las terciarias carmelitas la devoción a la Virgen, y de las clarisas el amor a los pobres, y en los
ejercicios de San Ignacio, el ardiente deseo de identificar sus sentimientos con la voluntad divina. Desarrolló
una actividad incansable y una inalterable confianza en Dios. A los que le reprochaban que se ocupara de los
más humildes oficios, respondía: "No hay nada pequeño cuando se trata de la Gloria de Dios". Cuando le
decían que emprendía obras con un atrevimiento casi temerario, se sonreía diciendo: "Mientras más pobres
haya, habrá más bienhechores".
Tenía el secreto de su paz interior inalterable en medio del tráfago continuo, en sus palabras: "Dios en el
corazón, la eternidad en la cabeza, y el mundo bajo los pies".
Su organismo no pudo resistir al régimen que se impuso. A las fatigas físicas se juntaban los dolores
mortales, como el de la epidemia del cólera, que acabó con veinticuatro hermanas y setenta ancianos.
Cuando la enfermedad la obligó a detenerse, se retiró a Liria, Valencia, con la esperanza de que el buen aire
le devolviera la salud.
Murió ahí, el 26 de Agosto de 1897, el 27 de abril de 1958 el Papa Pío XII la beatificó y fue canonizada
por Pablo VI.