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26 julio 2024

Santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María, siglo I a. de J. C.

Fernández Carvajal. Hablar con Dios, tomo VII

Una antigua tradición, de la que ya hay constancia en el siglo II, atribuye los nombres de Joaquín y Ana a
los padres de la Santísima Virgen. La devoción de los fieles por San Joaquín y Santa Ana es una
prolongación de la piedad que siempre han profesado a la Santísima Virgen. El Papa León XIII dignificó su
fiesta, que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.


I. Alabemos a Joaquín y a Ana por su hija: en ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos.

Una antiquísima tradición nos ha conservado los nombres de los padres de Santa María, que fueron,
«dentro de su tiempo y de sus circunstancias históricas concretas, un eslabón precioso del proyecto de
salvación de la humanidad». A través de ellos nos ha llegado la bendición que un día prometió Dios a
Abrahán y a su descendencia, pues a través de su Hija recibimos al Salvador. San Juan Damasceno afirma
que los conocemos por sus frutos: la Virgen María es el gran fruto que dieron a la humanidad. Ana la
concibió purísima e inmaculada en su seno. «¡Oh bellísima niña, sumamente amable! exclama el santo
Doctor-. ¡Oh hija de Adán y Madre de Dios! ¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los que saliste!
¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, los labios que tuvieron el privilegio de besarte...!». San Joaquín
y Santa Ana tuvieron la inmensa suerte de haber podido cuidar y tener en su hogar a la Madre de Dios.
¡Cuántas gracias derramaría el Señor sobre ellos! Santa Teresa de Jesús, que solía poner los monasterios que
fundaba bajo la protección de San José y de Santa Ana, argumentaba: «La misericordia de Dios es tan grande
que no dejará por nada de favorecer la casa de su gloriosa abuela». Jesús, por vía materna, desciende
directamente de estos santos esposos que hoy celebramos.

A los padres de Nuestra Señora podemos encomendar nuestras necesidades, especialmente aquellas que se
refieren a la santidad de nuestros hogares: Señor, Dios de nuestros padres rogamos con una oración de la
Liturgia de la Misa, Tú que concediste a San Joaquín y a Santa Ana la gracia de traer a este mundo a la
Madre de tu Hijo, concédenos, por la plegaria de estos santos, la salvación que has prometido a tu pueblo.
Ayúdanos, por su intercesión, a cuidar de aquellos que especialmente has puesto a nuestro cuidado.
Enséñanos a crear a nuestro alrededor un clima humano y sobrenatural en el que sea más fácil encontrarte a
Ti, nuestro fin último y nuestro tesoro.


II. El Papa Juan Pablo II enseña que San Joaquín y Santa Ana son «una fuente constante de inspiración en
la vida cotidiana, en la vida familiar y social». Y exhortaba: «Transmitíos mutuamente de generación en
generación, junto con la oración, todo el patrimonio de la vida cristiana". En el hogar que formaron los
padres de Santa María, recibió Ella el tesoro de las tradiciones de la Casa de David que pasaban de una
generación a otra. Allí aprendió Nuestra Señora a dirigirse a su Padre Dios con inmensa piedad; en este
hogar conoció las profecías referentes a la llegada del Mesías, al lugar de su nacimiento...

María recordaría el hogar de sus padres Joaquín y Ana cuando llegó el momento de formar el suyo, donde
nacería Jesús. De Santa María, Jesús a su vez aprendería formas de hablar, dichos populares llenos de
sabiduría, que años más tarde empleará en su predicación. De sus labios maternales, Jesús Niño oiría con
inmensa piedad aquellas primeras oraciones que los hebreos enseñan a sus hijos en cuanto comienzan a
pronunciar las primeras palabras. ¡Qué buena maestra sería la Virgen! ¡Con cuánta ternura manifestaría la
riqueza de su alma llena de gracia!

Es muy probable que nosotros también hayamos recibido el incomparable don de la fe y costumbres
buenas desde muchos ascendientes que las han ido conservando y transmitiendo como un tesoro. A la vez,
tenemos el grato deber de conservar ese patrimonio para llevarlo a otros.

Ahora, cuando los ataques contra la familia parecen arreciar, hemos de guardar con fortaleza ese
patrimonio recibido, que también hemos procurado enriquecer con el ejercicio de las virtudes humanas y con
nuestra fe. Hemos de hacer presente a Dios en el hogar también con esas costumbres cristianas de siempre: la
bendición de la mesa, rezar con los hijos más pequeños las oraciones de la noche..., leer con los mayores
algún versículo del Evangelio, rezar por los difuntos alguna oración breve, por las intenciones de la familia y
del Papa..., asistir juntos los domingos a la Santa Misa... Y el Santo Rosario, la oración que los Romanos
Pontífices tanto han recomendado que se rece en familia. Alguna vez se puede rezar durante un viaje, o en un
momento en el que se acomoda mejor al horario familiar... No es necesario que sean numerosas las prácticas
de piedad en la familia, pero sería poco natural que no se realizara ninguna en un hogar en el que todos, o
casi todos, se profesan creyentes. Se ha dicho que a los padres que saben rezar con sus hijos les resulta más
fácil encontrar el camino que lleva hasta su corazón. Y éstos jamás olvidan las ayudas de sus padres para
rezar, para acudir a la Virgen en todas las situaciones. ¡Cómo agradecemos nosotros las oraciones que nos
enseñaron de pequeños, las formas prácticas de tratar a Jesús Sacramentado...! Es, sin duda, la mejor
herencia que recibimos.

Las nuevas circunstancias piden familias coherentes, generosas en su comportamiento. Será también muy
grato a Nuestra Madre, Santa María, que renovemos una vez más el propósito tantas veces formulado de
procurar ser siempre instrumentos de unión entre los diversos miembros de la familia a través del servicio
gustoso y de los pequeños sacrificios diarios en favor de los demás. Este empeño santo llevará a pedir cada
día por aquel de la familia que más lo necesite, a tener mayores atenciones con el más débil, con el que
parece que flaquea, a poner más cariño con quien se encuentra enfermo o impedido.


III. San Joaquín y Santa Ana debieron pensar muchas veces que algo grande quería Dios de aquella hija
suya, llena de tantos dones humanos y sobrenaturales, y la ofrecerían a Dios como los hebreos solían hacer
con sus hijos. Los padres, que fortalecen su amor en la oración, sabrán respetar la voluntad de Dios sobre sus
hijos, más aún cuando éstos reciben una vocación de entrega plena a Dios incluso muchas veces la pedirán al
Señor y la desearán para esos hijos porque «no es sacrificio entregar los hijos al servicio de Dios solía decir
el Venerable Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer-: es honor y alegría», el mayor honor, la mayor
alegría. Y los hijos «sentirán toda la belleza de dedicar sus energías al servicio del Reino de Dios», porque,
de muchas maneras, así lo han aprendido en el hogar familiar.

El amor en el matrimonio «puede ser también un camino divino, vocacional, maravilloso, cauce para una
completa dedicación a nuestro Dios». Este amor ha de ser eficaz y operativo en cuanto se refiere a su fruto,
que son los hijos. El verdadero amor se manifestará en el empeño por formarles para que sean trabajadores,
austeros, educados en el pleno sentido de la palabra..., y sean así buenos cristianos. Que arraiguen en ellos
los fundamentos de las virtudes humanas: la reciedumbre, la sobriedad en el uso de los bienes, la
responsabilidad, la generosidad, la laboriosidad...; que aprendan a gastar sabiendo las necesidades que
muchos padecen actualmente en el mundo...

El amor verdadero por los hijos llevará a interesarse por el centro educativo donde se forman, a estar muy
pendientes de la calidad de enseñanza que reciben, y de modo particular de la enseñanza religiosa, pues de
ella puede depender su misma salvación. Ese amor moverá a los padres a buscar un lugar adecuado para la
época de vacaciones y de descanso con frecuencia sacrificando gustos o intereses, evitando aquellos
ambientes que harían imposible, o al menos muy difícil, la práctica de una verdadera vida cristiana. No
deben olvidar nunca que son administradores de un inmenso tesoro de Dios y que, por ser cristianos y así
procuran enseñarlo a sus hijos, forman una familia en la que Cristo está presente, lo que le da unas
características propias.

Pidamos hoy a San Joaquín y a Santa Ana que los hogares cristianos sean lugares donde fácilmente se
encuentre a Dios. Acudamos también a Nuestra Señora. «Todos unidos, elevemos a Ella nuestros corazones
y, por su mediación, digamos a María, hija y Madre: Muéstrate Madre para todos, ofrece nuestra oración,
que Cristo la acepte benigno, Él, que se ha hecho Hijo tuyo».