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25 junio 2024

Próspero de Aquitania, seglar († c. a. 455)

Si no fuera por sus escritos, todos marcados por la controversia semipelagiana, y por el testimonio del
historiador Gennadio no sabríamos gran cosa de su vida que destaca por su virtud, por la perseverancia en la
lucha por la ortodoxia y por el apasionamiento por la verdad.

Parece ser que era natural de Aquitania y así se añade a su nombre, como apellido, el de su patria y vio la
luz a finales del siglo IV. Debió recibir una buena y sólida formación y parece ser que frecuentó la compañía
de los monjes que estaban en el monasterio de san Víctor, en Marsella, al sur de Francia. Consta que nunca
entró en el mundo de los clérigos, siempre permaneció en el estado seglar y hay indicios prudentes que
llevan a pensar que estuvo casado; de hecho, se le atribuye el «Poema de un esposo a su esposa» en cuyo
caso no habría duda sobre su estado matrimonial e incluso se le podría aplicar la profundidad de pensamiento
y las claras actitudes de vida cristiana que en él aparecen, pero no puede afirmarse con total seguridad por
negar algún autor de peso la autoría prosperoniana del poema.

Bien conocida es la controversia teológica suscitada en el siglo V por la desviada enseñanza de Pelagio
contraria al pensar cristiano poseído pacíficamente en la Iglesia. La reacción de san Agustín -con toda clase
de argumentos bíblicos y teológicos- no se hizo esperar en defensa de la fe y la sanción de los concilios de
Cartago en los años 416 y 418 con la posterior aceptación del papa parecía haber solucionado para siempre el
problema. Pero no fue así y es aquí donde entra en juego Próspero de Aquitania.

Los monjes de san Víctor en Marsella empiezan a inficionar las Galias con un pelagianismo camuflado
que enseña el abad Casiano, escritor y teólogo, secundado por sus monjes. Dice en sus «Colaciones» que
admite la doctrina contra los pelagianos expuesta por san Agustín y aprobada por los concilios y los papas,
pero sostiene con sus monjes que depende del hombre la primera elección que en términos teológicos se
denominará desde entonces el «initium fidei». Este es el pensamiento teológico que en el siglo XVI recibirá
el nombre de semipelagianismo. Próspero detecta el mal larvado y habla, y discute, y visita, y escribe a
Agustín propiciando la escritura de los tratados maduros agustinianos «Sobre el don de la perseverancia» y
«De la predestinación de los santos» que escribió, ya anciano, el obispo de Hipona. Es toda una controversia
de alto nivel. Como es laico y su fuerza termina en su pobre persona, no cede en la verdad teológica y
marcha a Roma para implicar en la defensa de la fe al mismo papa Celestino I que era ya un hombre avezado
en este tipo de discusiones y escribió a los obispos galos pidiendo sometimiento al magisterio de la Iglesia
recogido de san Agustín.

Se trataba de intrincadas cuestiones que, en sus matices, son para especialistas teólogos y en las que los
incautos son fácil presa al engaño. En juego está la idea de Dios y del hombre, el valor de la Redención y la
necesidad de los sacramentos. No era poca cosa la que estaba sobre el tapete. Había que saber conciliar la
evidencia del absoluto poder de Dios, su voluntad salvífica universal, y su absoluta libertad con la libertad
del hombre que es un ser dependiente y el papel que le concierne en su propia salvación, correspondiendo
personalmente a la gracia. Si se concedía excesivo protagonismo a la libertad humana se llegaba al extremo
inaceptable de que el hombre puede llegar a la salvación sobrenatural por sus propias fuerzas; si, por el
contrario, se acentuaba la absoluta dependencia del hombre con respecto a Dios, se hacía a Dios responsable
de la condenación, cosa igualmente imposible. Llegar a la expresión técnica de la fe era cosa de preclaras
inteligencias, grandes teólogos y extraordinarios santos.

Muerto Casiano y fallecido también san Agustín, no se acabó la discusión entre los seguidores del fraile y
tuvo que ser el laico o seglar Próspero quien mantuviera firme y alta la bandera de la ortodoxia. Que se sepa,
escribió «La vocación de todos los gentiles», «Contra el autor de las Colaciones», «Sobre la Gracia y el libre
albedrío» y «De los ingratos».

Terminó sus días el seglar Próspero siendo secretario nada menos que del papa san León Magno y hasta se
piensa que pudo poner su aportación en la Epístola Dogmática escrita a los Orientales para exponer
magisterialmente el misterio de la Encarnación, declarando la unión Personal en Cristo contra la herejía de
Nestorio y contra Eutiques y los monofisitas las dos naturalezas de Cristo.

Murió después del año 455, sin que se pueda aventurar con más exactitud la fecha de su muerte en el
actual estado de investigación.

Da gusto ver en el siglo V la entrega de un laico sabio y santo responsable de su misión y puesto en la
Iglesia sin renunciar al estado que Dios quiso para él. Aunque en aquella época no se hablaba aún de
«promocionar al laicado», ni de «laicos comprometidos», se demuestra una vez más que, para cada uno en
particular, la santidad no depende del modo de ser Iglesia en la Iglesia, sino de la fidelidad a la gracia de
Dios y del esfuerzo por poner en juego todos los dones recibidos.