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Marcos, aunque de nombre romano, era judío de nacimiento y era conocido también con el nombre hebreo
de Juan. Conoció con toda probabilidad a Jesucristo, aunque no fue de los Doce Apóstoles. Muchos autores
eclesiásticos ven, en el episodio del muchacho que soltó la sábana y huyó a la hora del prendimiento de Jesús
en Getsemaní, una especie de firma velada del propio Marcos a su Evangelio, ya que sólo él lo relata. Este
dato viene corroborado por el hecho de que Marcos era hijo de María, al parecer viuda de desahogada
posición económica, en cuya casa se reunían los primeros cristianos de Jerusalén. Una antigua tradición
afirma que ésa era la misma casa del Cenáculo, donde el Señor celebró la Ultima Cena e instituyó la Sagrada
Eucaristía.
Era primo de San Bernabé, y acompañó a San Pablo en su primer viaje apostólico y estuvo a su lado a la
hora de su muerte. En Roma fue también discípulo de San Pedro. En su Evangelio expuso con fidelidad,
inspirado por el Espíritu Santo, la enseñanza del Príncipe de los Apóstoles. Según una antigua tradición
recogida por San Jerónimo, San Marcos -después del martirio de San Pedro y San Pablo, bajo el emperador
Nerón- se dirigió a Alejandría, cuya Iglesia le reconoce como su evangelizador y primer Obispo. De
Alejandría, en el año 825, fueron trasladadas sus reliquias a Venecia, donde se le venera como Patrono.
I. Desde muy joven, San Marcos fue uno de aquellos primeros cristianos de Jerusalén que vivieron en
torno a la Virgen y a los Apóstoles, a los que conoció con intimidad: la madre de Marcos fue una de las
primeras mujeres que ayudaron a Jesús y a los Doce con sus bienes. Marcos era, además, primo de Bernabé,
una de las grandes figuras de aquella primera hora, quien le inició en la tarea de propagar el Evangelio.
Acompañó a Pablo y a Bernabé en el primer viaje apostólico; pero al llegar a Chipre, Marcos, que quizá no
se sintió con fuerzas para seguir adelante, los abandonó y se volvió a Jerusalén. Esta falta de constancia
disgustó a Pablo, hasta tal punto que, al planear el segundo viaje, Bernabé quiso llevar de nuevo a Marcos,
pero Pablo se opuso por haberles abandonado en el viaje anterior. La diferencia fue tal que, a causa de
Marcos, la expedición se dividió, y Pablo y Bernabé se separaron y llevaron a cabo viajes distintos.
Unos diez años más tarde, Marcos se encuentra en Roma, ayudando esta vez a Pedro, quien le llama mi
hijo, señalando una íntima y antigua relación entrañable. Marcos está en calidad de intérprete del Príncipe de
los Apóstoles, lo cual será una circunstancia excepcional que se reflejará en su Evangelio, escrito pocos años
más tarde. Aunque San Marcos no recoge algunos de los grandes discursos del Maestro, nos ha dejado, como
en compensación, la viveza en la descripción de los episodios de la vida de Jesús con sus discípulos. En sus
relatos podemos acercarnos a las pequeñas ciudades de la ribera del lago de Genesaret, sentir el bullicio de
sus gentes que siguen a Jesús, casi conversar con algunos de sus habitantes, contemplar los gestos admirables
de Cristo, las reacciones espontáneas de los Doce...; en una palabra, asistir a la historia evangélica como si
fuéramos uno más de los participantes en los episodios (...). Con esos relatos tan vivos el Evangelista
consigue su propósito de dejar en nuestra alma el atractivo, arrollador y sereno a la vez, de Jesucristo, algo
de lo que los mismos Apóstoles sentían al convivir con el Maestro. San Marcos, en efecto, nos transmite lo
que San Pedro explicaba con la honda emoción que no pasa con los años, sino que se hace cada vez más
profunda y consciente, más penetrante y entrañable. Se puede afirmar que el mensaje de Marcos es el espejo
vivo de la predicación de San Pedro.
San Jerónimo nos dice que «Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, puso por escrito su Evangelio, a
ruego de los hermanos que vivían en Roma, según lo que había oído predicar a éste. Y el mismo Pedro,
habiéndolo escuchado, lo aprobó con su autoridad para que fuese leído en la Iglesia». Fue sin duda la
principal misión de su vida: transmitir fielmente las enseñanzas de Pedro. ¡Cuánto bien ha hecho a través de
los siglos! ¡Cómo debemos agradecerle hoy el amor que puso en su trabajo y la correspondencia fiel a la
inspiración del Espíritu Santo! También la fiesta que celebramos es una buena ocasión para examinar qué
atención, qué amor prestamos a esa lectura diaria del Santo Evangelio, que es Palabra de Dios dirigida
expresamente a cada uno de nosotros: ¡cuántas veces hemos hecho de hijo pródigo, o nos hemos servido de
la oración del ciego Bartimeo - Domine, ut videam!, ¡Señor, que vea!- o de la del leproso - Domine, si vis,
potes me mundare!, ¡Señor, si quieres, puedes limpiarme...! -¡Cuántas veces hemos sentido en lo hondo del
alma que Cristo nos miraba y nos invitaba a seguirle más de cerca, a romper con un hábito que nos alejaba de
Él, a vivir mejor la caridad, como discípulos suyos, con esas personas que nos costaba un poco más...!
II. Marcos permaneció varios años en Roma. Además de servir a Pedro, lo vemos como colaborador de
Pablo en su ministerio. A aquel que no quiso que le acompañara en su segundo viaje apostólico, ahora le
sirve de profundo consuelo, siéndole muy fiel. Todavía más tarde, hacia el año 66, el Apóstol pide a Timoteo
que venga con Marcos, pues éste le es muy útil para el Evangelio. El incidente de Chipre, de tanta resonancia
en aquellos momentos primeros, está ya completamente olvidado. Es más, Pablo y Marcos son amigos y
colaboradores en aquello que es verdaderamente lo importante, la extensión del Reino de Cristo. ¡Qué
ejemplo para que nosotros no formemos nunca juicios definitivos sobre las personas! ¡Qué enseñanza para
saber, si fuera preciso, reconstruir una amistad que parecía rota para siempre! La Iglesia nos lo propone hoy
como modelo. Y puede ser un gran consuelo y un buen motivo de esperanza para muchos de nosotros
contemplar la vida de este santo Evangelista, pues, a pesar de las propias flaquezas, podemos, como él,
confiar en la gracia divina y en el cuidado de nuestra Madre la Iglesia. Las derrotas, las cobardías, pequeñas
o grandes, han de servirnos para ser más humildes, para unirnos más a Jesús y sacar de Él la fortaleza que
nosotros no tenemos.
Nuestras imperfecciones no nos deben alejar de Dios y de nuestra misión apostólica, aunque veamos en
algún momento que no hemos correspondido del todo a las gracias del Señor, o que hemos flaqueado quizá
cuando los demás esperaban firmeza... En esas y en otras circunstancias, si se dieran, no debemos
sorprendernos, «pues no tiene nada de admirable que la enfermedad sea enferma, la debilidad débil y la
miseria mezquina. Sin embargo -aconseja San Francisco de Sales-, detesta con todas tus fuerzas la ofensa
que has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el camino de la virtud que habías
abandonado».
Las derrotas y las cobardías tienen su importancia, y por eso acudimos al Señor y le pedimos perdón y
ayuda. Pero, precisamente porque Dios confía en nosotros, debemos recomenzar cuanto antes y disponernos
a ser más fieles, porque contamos con una gracia nueva. Y junto al Señor aprenderemos a sacar fruto de las
propias debilidades, precisamente cuando el enemigo, que nunca descansa, pretendía desalentarnos y, con el
desánimo, que abandonáramos la lucha. Jesús nos quiere suyos a pesar, si la hubo, de una historia anterior de
debilidades.
III. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación, leemos hoy en la Antífona de entrada.
Es el mandato apostólico recogido por San Marcos. Y más adelante, el Evangelista, movido por el Espíritu
Santo, da testimonio de que este mandato de Cristo ya se estaba cumpliendo en el momento en que escribe su
Evangelio: los Apóstoles, partiendo de allí, predicaron por todas partes, y el Señor cooperaba y confirmaba
la palabra con los milagros que la acompañaban. Son las palabras finales de su Evangelio.
San Marcos fue fiel al mandato apostólico que tantas veces oiría predicar a Pedro: Id al mundo entero... Él
mismo, personalmente y a través de su Evangelio, fue levadura eficaz en su tiempo, como lo debemos ser
nosotros. Si ante su primera derrota no hubiera reaccionado con humildad y firmeza, quizá no tendríamos
hoy el tesoro de las palabras y de los hechos de Jesús, que tantas veces hemos meditado, y muchos hombres
y mujeres no habrían sabido nunca -a través de él- que Jesús es el Salvador de la humanidad y de cada
criatura.
La misión de Marcos, como la de los Apóstoles, los evangelizadores de todos los tiempos, y la del
cristiano que es consecuente con su vocación, no debió resultar fácil, como lo prueba su martirio. Debió estar
lleno de alegrías, y también de incomprensiones, fatigas y peligros, siguiendo las huellas del Señor.
Gracias a Dios, y también a esta generación que vivió junto a los Apóstoles, ha llegado hasta nosotros la
fuerza y el gozo de Cristo. Pero cada generación de cristianos, cada hombre, debe recibir esa predicación del
Evangelio y a su vez transmitirlo. La gracia del Señor no faltará nunca: non est abbreviata manus Domini, el
poder de Dios no ha disminuido. «El cristiano sabe que Dios hace milagros: que los realizó hace siglos, que
los continuó haciendo después y que los sigue haciendo ahora». Nosotros, cada cristiano, con la ayuda del
Señor, haremos esos milagros en las almas de nuestros parientes, amigos y conocidos, si permanecemos
unidos a Cristo mediante la oración.
Fernández Carvajal. Hablar con Dios, tomo VI