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El bienaventurado y apostólico varón san Pedro González, llamado vulgarmente san Telmo, nació de
padres nobles en la villa de Fromesta, a cinco leguas de la ciudad de Palencia.
Dióle el obispo, que era tío suyo, un canonicato, cuando aun no le sobraban los años, ni la gravedad y
asiento que para aquel ministerio con venía, y procuró además que el Papa le diese el decanato.
Cuando Pedro González hubo de tomar la posesión, que fue el día de Pascua de Navidad, quiso el nuevo
canónigo celebrar la fiesta, no como eclesiástico sin como lego y profano.
Vistióse para aquel día galana y profanamente, y salió con otros en un caballo brioso muy bien aderezado
por toda la ciudad, desempedrando, como dicen, las calles a carreras, con gran desenvoltura y escándalo del
pueblo. Pero para que se entiendan las maneras que Dios nuestro Señor toma para convertir las almas y
atraerlas a sí, partiendo desaforadamente por la calle más principal de Palencia, cayó el caballo en medio de
la carrera y dio con el canónigo en un lodo muy asqueroso, con harta risa de los que le vieron; porque cuando
fueron a socorrerle, no había gala, ni vestido, ni rostro que diese muestra de lo que había sido.
Fue tan grande la vergüenza que causó a Pedro González aquella caída, que no podía levantar la cabeza, ni
le parecía que podría ya vivir entre gente, hombre a quien tal desgracia había acontecido.
Alumbróle Dios al mismo tiempo el corazón; y hablando entre sí dijo: «Pues el mundo me ha tratado
como quien es, yo haré que no se burle otra vez de mí».
Con esto, se va a un convento de santo Domingo, y con admiración de todos los que le conocían, tomó el
hábito, y comenzó a vivir con tan grande perfección, que vino a ser un gran santo.
Predicaba después con obras y palabras, y como ángel del Señor; hablaba con tal fuerza de espíritu, que
enternecía las piedras e inflamaba los corazones helados.
Despoblábanse los lugares en su seguimiento y muchas leguas iban caminando por oírle viejos y mozos,
hombres y mujeres, ricos y pobres: y con este celo y espíritu anduvo por los reinos de España y estuvo en la
corte del santo rey don Fernando, y se halló con él en el cerco de Sevilla y en otras guerras contra los moros.
Pero donde el santo más tiempo estuvo fue en Galicia, donde entre otras cosas hizo un puente sobre el río
Miño, no lejos de Rivadavia, por los muchos peligros y muertes que sucedían en aquel paso.
Finalmente, después de haber ganado para Cristo innumerables almas y resplandecido con muchos
milagros, en el domingo de Cuasimodo, dio en la ciudad de Tuy su bendita alma al Señor, el cual manifestó
la gloria de su siervo con doscientos ocho milagros bien conocidos.
En el año 1254 el Papa Inocencio IV lo beatificó, y el 13 de diciembre de 1741 el Papa Benedicto XIV
confirmó su culto.