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22 febrero 2024

Margarita de Cortona, Santa

Terciaria Franciscana

La mujer escandalosa que llegó a ser de muy buen ejemplo.

Fuente: Churchforum.org.mx

Martirologio Romano: En Cortona, de la Toscana, santa Margarita, que profundamente conmovida por
la muerte de su amante, borró los pecados de su juventud con una penitencia saludable, pues recibida en la
Tercera Orden de San Francisco, se entregó a la contemplación de Dios y fue favorecida por especiales
carismas (1297).


Etimológicamente: Margarita = Aquella de belleza poco común, es de origen latino.

16 de mayo de 1728 por el Papa Benedicto XIII.

Margarita nació en Italia en 1247. Hija de una familia de agricultores, los primeros años los pasa
alegremente junto a su madre que es muy piadosa y que le enseña a ofrecer por la salvación y por la
conversión de los pecadores todo lo que hace y lo que reza.

Pero a los 7 años queda huérfana de madre, y entonces su padre se casa con una mujer dominante y
agresiva que se dedica a hacerle la vida imposible a la joven Margarita, la cual empieza a volverse triste y
desconfiada y a buscar fuera del hogar las alegrías que en su casa no logra hallar.

A los 17 años ya es una joven muy hermosa pero no puede encontrar cariño en su hogar. Es entonces
cuando se deja engañar por un terrateniente, un rico agricultor que prometiéndole que se casará con ella,
logra obtener que se fuera de su casa y se vaya con él. Ella al principio opone resistencia porque sabe que lo
que le ofrece es la deshonra y una vida de pecado, pero los regalos espléndidos y las promesas mentirosas de
aquel engañador la logran convencer, y una noche sale huyendo y se va con él.

Viajan aquella noche por un río en una balsa. Chocan y la balsa se hunde. Ella corre gravísimo peligro de
ahogarse, pero su prometido logra salvarla nadando ágilmente. La joven considera esto como una llamada de
Dios, pero en aquella hora pueden más las promesas del pecado que los avisos de Dios, y sigue con aquel
hombre.

Son ocho años de pecado, de lujos, de fiestas y placeres, pero su alma no es feliz. Desea fuertemente
volver a los tiempos antiguos cuando aunque no tenía lujos ni fiestas, ni honores, sin embargo tenía el alma
limpia de pecado y tranquila su conciencia. Tiene un hijo (que más tarde será franciscano) pero en su alma se
libra cada día una violenta batalla entre su deseo de vivir en gracia y amistad con Dios y los deseos
pasionales de su naturaleza humana. La gente la ve atravesar plazas y calles, elegantísima, en lujosas
cabalgaduras, pero no imaginan que su alma agoniza de angustia.

Para calmar un poco los remordimientos de su conciencia se dedica a repartir limosnas entre los pobres. A
una viejita agradecida que le dice: "Gracias señora, Ud. si es buena persona". Le responde: ¡Por favor: no
diga eso, que yo sólo soy una miserable pecadora!

A ratos se retira a las soledades del bosque a llorar. Y allí exclama: "Oh Dios: que bueno es poder
hablarte, aunque el alma se siente tan débil y pecadora. Te repito las palabras del hijo pródigo: He pecado
contra el cielo y contra Ti".

Le ruega a su compañero que contraigan matrimonio porque su alma no puede vivir tranquila en esa vida
de ilegitimidad, pero él le responde que prefiere vivir en unión libre todavía por muchos años. Entonces ella
ruega a Dios que le proporcione alguna solución. Y no se cansa de pedirle, con lágrimas, penitencias y
mucha fe.

Una mañana su compañero se va al campo a visitar sus fincas. Por el camino unos sicarios guerrilleros lo
atacan, y lo matan a puñaladas, y esconden su cadáver entre unas matas, el hombre no vuelve esa tarde a
casa, pero su fiel perro llega al día siguiente dando aullidos muy lastimeros y tira insistentemente de la falda
de Margarita como diciéndole: "Por favor, sígame". Ella lo sigue llena de afán y de temor de que algo grave
le haya sucedido a su compañero. En el bosque, junto a un gran árbol hay un montón de ramas y hasta allí la
lleva el perro fiel. Margarita mueve ramas y encuentra el cadáver de su amante, destrozado con horrorosas
heridas y empezando a descomponerse.

Margarita siente en aquel momento como un relámpago la llamada del cielo a volver a vivir en gracia y en
amistad con Dios. Estalla en llanto por la tristeza de ver muerto a aquel hombre y por los terribles
remordimientos que atormentan su propia conciencia. Pero recuerda que el Padre Celestial tiene siempre
abiertos sus brazos bondadosos para recibir a todos los hijos pródigos que quieren volver a su divina amistad,
y que Jesucristo nunca rechaza a las Magdalenas que quieran arrepentirse y cambiar de comportamiento, y
con todas las energías de su alma se propone darle un vuelco total a su vida. Bien sabe que mientras vivamos
en esta tierra nunca es tarde para convertirse y lograr salvarse.

Margarita no es mujer de medias tintas. Cuando se decide por algo lo hace con todas sus fuerzas. Así que
lo primero que hace al volver del funeral de su amante es devolverles a los familiares de él todas las fincas
que el hombre tenía. Vende luego las joyas y los lujos, y el dinero obtenido lo reparte a los pobres y ella se
dispone a seguir viviendo en total pobreza.

Se va con su hijito a casa de su padre, pero la madrastra no permite que sea recibida allí, pues la considera
una mujer escandalosa, y no cree en su arrepentimiento. Entonces sentada bajo un árbol se pone a llorar y a
pensar. Los enemigos de la salvación le dicen: "Eres hermosa, tienes apenas 25 años, lánzate a la vida, que
amadores no te van a faltar". Pero mientras reza siente que el Espíritu Santo le inspira esta idea: ¿Por qué no
ir a la ciudad de Cortona donde están los Padres Franciscanos que son tan amigos de los pobres, y pedirles
que me ayuden? Y hacia esa ciudad dirige sus pasos.

Al llegar a Cortona, en la entrada de la ciudad se encuentra con dos buenas señoras que se conmueven al
verla en tan impresionante estado de pobreza y se ofrecen a ayudarla. La llevan a su casa; se encargan de la
educación del niño y ellas mismas van donde los Padres Franciscanos a recomendarla.

Una gran bendición para Margarita fue encontrar entre los Padres Franciscanos dos santos y sabios
sacerdotes que le supieron dar una excelente dirección espiritual. Por tres años largos tiene todavía que
luchar esta joven contra las terribles tentaciones de su carne, pero estos prudentes directores la ayudan
muchísimo animándola cuando está decaída y deprimida y guiándola con prudencia cuando ella se quiere
dejar llevar por desmedidos entusiasmos. Deseaba hacer excesivas penitencias, porque decía que con las
pasiones de su cuerpo nunca podía hacer las paces y que tenía que dominar a la fuerza ese cuerpo que tanto
le había hecho ofender a Dios. Pero los Padres Franciscanos la moderaban y le insistían en que para la
sociedad puede ser más útil un burro vivo que un cadáver.

Margarita fue al pueblo y a los campos donde había dado malos ejemplos viviendo en concubinato, y fue a
vestida de penitencia y pidiendo perdón a los vecinos por todos los escándalos que les había dado con su
vida pecaminosa de otros tiempos.

Luego por inspiración de Dios dejó de pensar tanto en sus antiguos pecados, y se dedicó más bien a pensar
en el amor que Dios nos ha tenido, y esto la hizo crecer mucho en santidad. Entonces empezó a tener éxtasis
(se llaman éxtasis a ciertos estados de contemplación y de meditación profunda cuyo resultado es la
suspensión temporal de la actividad normal de los sentidos y cierta unión mística con Dios, acompañada de
visiones sobrenaturales).

Sus directores, los dos Padres Franciscanos, fueron escribiendo todos los datos que lograron saber y
redactaron la vida de la santa y muchas de sus visiones.

Fue admitida como Terciaria Franciscana, o sea como religiosa seglar, que viviendo en el mundo, se
dedica a llevar una vida de mucha oración y de intenso apostolado.

Con la ayuda de otras jóvenes terciarais franciscanas, y pidiendo limosnas y ayudas de todas partes,
Margarita funda un hospital en Cortona y allí se dedica con sus compañeras a atender gratuitamente a
muchos enfermos.

Nuestro Señor empieza a hablarle en visiones, y así esta santa llega a ser una de las precursoras de la
devoción al Sagrado Corazón. Recordemos algunos de los mensajes que Jesús le dio:

"Quiero que tu conversión sea un ejemplo para muchos pecadores, para que se sientan animados también a
dejar la vida de pecado que han llevado, y a emprender desde ahora en adelante una vida llena de buenas
obras. Deseo que todos los pecadores de todos los siglos recuerden que estoy dispuesto a recibirlos con los
brazos abiertos como el padre recibió al hijo pródigo".

Cuando le asaltan las angustias al pensar si Jesucristo le habrá perdonado todas sus maldades, oye la voz
de Nuestro Señor que le dice: "Porque he muerto en la cruz por salvarte, por eso te perdono todas tus culpas,
sin dejar ninguna que no quede perdonada".

Otro día le dice Nuestro Señor: "Glorifícame, y Yo te glorificaré. Ámame, ámame y Yo te amaré.
Dedícate a buscar lo que más te convenga para tu salvación".

En sus últimos años Margarita recibió de Dios el don de obrar milagros. Y se dedica a continuas
penitencias. Ayuna; duerme sobre el duro suelo; pasa horas y horas rezando. Atiende con exquisito cuidado a
toda clase de enfermos, especialmente a los más repugnantes. Ayuda a las mujeres pobres que van a tener
hijos y que no tienen quién las atienda. Y sobre todo soporta con gran paciencia la increíble cantidad de
cuentos y calumnias que las gentes malas le inventan contra su buena fama. Hasta los Padres Franciscanos
dejan de atenderla porque las malas lenguas dicen que es una mujer indigna. Se retira a pasar sus últimos
días en un rancho miserable y abandonado, para hacer penitencia de sus pecados.

Muere el 22 de febrero de 1297, a los 50 años. La mitad de la vida la pasó en pecado y la otra mitad
haciendo penitencia y obras buenas. Lo último que dijo al morir fue: "Dios mío: yo te amo". El Papa
Benedicto XIII, al declararla santa en 1728, dijo que Margarita es la mujer que más parecido tiene con María
Magdalena.

Santa Margarita, la convertida: pídele a Dios, que nosotros también logremos convertirnos.

Nuestro sacrificio más agradable para Dios será el arrepentirnos y convertirnos de nuestros pecados.