Página inicio

-

Agenda

20 febrero 2024

Santos Francisco y Jacinta de Fátima

Los santos, no mártires, más jóvenes

Fuente: Corazones.org

Santos Jacinta y Francisco Marto, quienes junto a su prima Lucía, vieron a la Virgen en varias ocasiones
entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917 en Cova de Iría, cerca de Ajustrel y de Fátima, en Portugal,

Fecha de beatificación 13 de mayo de 2000 por el papa Juan Pablo II.

Fecha de canonización: 13 de mayo de 2017 por el Papa Francisco

En Aljustrel, pequeño pueblo situado a unos ochocientos metros de Fátima, Portugal, nacieron los
pastorcitos que vieron a la Virgen María: Francisco y Jacinta, hijos de Manuel Pedro Marto y de Olimpia de
Jesús Marto. También nació allí la mayor de los videntes, Lucía Dos Santos, quien murió el 13 de Febrero de
2005.

• Francisco nació el día 11 de junio, de 1908.
• Jacinta nació el día 11 de marzo, de 1910.

Desde muy temprana edad, Jacinta y Francisco aprendieron a cuidarse de las malas relaciones, y por tanto
preferían la compañía de Lucía, prima de ellos, quien les hablaba de Jesucristo. Los tres pasaban el día
juntos, cuidando de las ovejas, rezando y jugando.

Entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, a Jacinta, Francisco y Lucía, les fue concedido el
privilegio de ver a la Virgen María en el Cova de Iría.
A partir de está experiencia sobrenatural, los tres se
vieron cada vez más inflamados por el amor de Dios y de las almas, que llegaron a tener una sola aspiración:
rezar y sufrir de acuerdo con la petición de la Virgen María. Si fue extraordinaria la medida de la
benevolencia divina para con ellos, extraordinario fue también la manera como ellos quisieron corresponder
a la gracia divina.

Los niños no se limitaron únicamente a ser mensajeros del anuncio de la penitencia y de la oración, sino
que dedicaron todas sus fuerzas para ser de sus vidas un anuncio, mas con sus obras que con sus
palabras.
Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza las
calumnias, las malas interpretaciones, las injurias, las persecuciones y hasta algunos días de prisión. Durante
aquel momento tan angustioso en que fue amenazado de muerte por las autoridades de gobierno si no
declaraban falsas las apariciones, Francisco se mantuvo firme por no traicionar a la Virgen, infundiendo este
valor a su prima y a su hermana. Cuantas veces les amenazaban con la muerte ellos respondían: "Si nos
matan no importa; vamos al cielo." Por su parte, cuando a Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla,
con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros, "No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes
que eso."



Francisco era de carácter dócil y condescendiente. Le gustaba pasar el tiempo ayudando al necesitado.
Todos lo reconocían como un muchacho sincero, justo, obediente y diligente.

Las palabras del Ángel en su tercera aparición: "Consolad a vuestro Dios", hicieron profunda impresión en
el alma del pequeño pastorcito.

El deseaba consolar a Nuestro Señor y a la Virgen, que le había parecido estaban tan tristes.

En su enfermedad, Francisco confió a su prima: "¿Nuestro Señor aún estará triste? Tengo tanta pena de
que El este así. Le ofrezco cuanto sacrificio yo puedo."

En la víspera de su muerte se confesó y comulgó con los mas santos sentimientos. Después de 5 meses de
casi continuo sufrimiento, el 4 de abril de 1919, primer viernes, a las 10:00 a.m., murió santamente el
consolador de Jesús.

Santa Jacinta: (3-10-1910/ 2-20-1920)

Jacinta era de clara inteligencia; ligera y alegre. Siempre estaba corriendo, saltando o bailando. Vivía
apasionada por el ideal de convertir pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya pavorosa
visión tanto le impresionó.

Una vez exclamó: ¡Qué pena tengo de los pecadores! !Si yo pudiera mostrarles el infierno!

Murió santamente el 20 de febrero, de 1920. Su cuerpo reposa junto con el de su hermano, San Francisco,
en el crucero de la Basílica, en Fátima.

Jacinta y Francisco siguieron su vida normal después de las apariciones. Lucia empezó a ir a la escuela
tal como la Virgen se lo había pedido, y Jacinta y Francisco iban también para acompañarla. Cuando
llegaban al colegio, pasaban primero por la Iglesia para saludar al Señor. Mas cuando era tiempo de empezar
las clases, Francisco, conociendo que no habría de vivir mucho en la tierra, le decía a Lucia, "Vayan ustedes
al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús Escondido. ¿Qué provecho me hará aprender a leer si pronto estaré
en el Cielo?" Dicho esto, Francisco se iba tan cerca como era posible del Tabernáculo.

Cuando Lucia y Jacinta regresaban por la tarde, encontraban a Francisco en el mismo lugar, en profunda
oración y adoración.

De los tres niños, Francisco era el contemplativo y fue tal vez el que más se distinguió en su amor
reparador a Jesús en la Eucaristía. Después de la comunión recibida de manos del Ángel, decía: "Yo
sentía que Dios estaba en mi pero no sabía cómo era." En su vida se resalta la verdadera y apropiada
devoción católica a los ángeles, a los santos y a María Santísima. Él quedó asombrado por la belleza y la
bondad del ángel y de la Madre de Dios, pero él no se quedó ahí. Ello lo llevó a encontrarse con Jesús.
Francisco quería ante todo consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la humanidad. Durante las
apariciones, era esto lo que impresionó al joven.

Mas que nada Francisco quería ofrecer su vida para aliviar al Señor quien el había visto tan triste, tan
ofendido. Incluso, sus ansias de ir al cielo fueron motivadas únicamente por el deseo de poder mejor
consolar a Dios. Con firme propósito de hacer aquello que agradase a Dios, evitaba cualquier especie de
pecado y con siete años de edad, comenzó a aproximarse, frecuentemente al Sacramento de la Penitencia.

Una vez Lucia le preguntó, "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?"
Y el respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿No viste que triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo
que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mi me gustaría consolar al
Señor y después, convertir a los pecadores para que ellos no ofendan mas al Señor." Y siguió, "Pronto estaré
en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora."

A través de la gracia que había recibido y con la ayuda de la Virgen, Jacinta, tan ferviente en su amor a
Dios y su deseo de las almas, fue consumida por una sed insaciable de salvar a las pobres almas en
peligro del infierno. La gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los
sacerdotes, la necesidad y el amor por los sacramentos - todo esto era de primer orden en su vida. Ella vivió
el mensaje de Fátima para la salvación de las almas alrededor del mundo, demostrando un gran espíritu
misionero.

Jacinta tenía una devoción muy profunda que la llevo a estar muy cerca del Corazón Inmaculado de
María. Este amor la dirigía siempre y de una manera profunda al Sagrado Corazón de Jesús. Jacinta asistía
a la Santa Misa diariamente y tenía un gran deseo de recibir a Jesús en la Santa Comunión en reparación por
los pobres pecadores. Nada le atraía mas que el pasar tiempo en la Presencia Real de Jesús Eucarístico. Decía
con frecuencia, "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús."

Con un celo inmenso, Jacinta se separaba de las cosas del mundo para dar toda su atención a las cosas del
cielo. Buscaba el silencio y la soledad para darse a la contemplación. "Cuánto amo a nuestro Señor," decía
Jacinta a Lucia, "a veces siento que tengo fuego en el corazón pero que no me quema."

Desde la primera aparición, los niños buscaban como multiplicar sus mortificaciones.

No se cansaban de buscar nuevas maneras de ofrecer sacrificios por los pecadores. Un día, poco después
de la cuarta aparición, mientras que caminaban, Jacinta encontró una cuerda y propuso el ceñir la cuerda a la
cintura como sacrificio. Estando de acuerdo, cortaron la cuerda en tres pedazos y se la ataron a la cintura
sobre la carne. Lucia cuenta después que este fue un sacrificio que los hacia sufrir terriblemente, tanto así
que Jacinta apenas podía contener las lágrimas. Pero si se le hablaba de quitársela, respondía enseguida que
de ninguna manera pues esto servía para la conversión de muchos pecadores. Al principio llevaban la cuerda
de día y de noche pero en una aparición, la Virgen les dijo: "Nuestro Señor está muy contento de vuestros
sacrificios pero no quiere que durmáis con la cuerda. Llevarla solamente durante el día." Ellos obedecieron y
con mayor fervor perseveraron en esta dura penitencia, pues sabían que agradaban a Dios y a la Virgen.
Francisco y Jacinta llevaron la cuerda hasta en la última enfermedad, durante la cual aparecía manchada en
sangre.

Jacinta sentía además una gran necesidad de ofrecer sacrificios por el Santo Padre. A ella se le había
concedido el ver en una visión los sufrimientos tan duros del Sumo Pontífice. Ella cuenta: "Yo lo he visto en
una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente;
algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas." En otra ocasión, mientras que en la cueva
del monte rezaban la oración del Ángel, Jacinta se levantó precipitadamente y llamó a su prima: "¡Mira! ¿No
ves muchos caminos, senderos y campos llenos de gente que llora de hambre y no tienen nada para comer...
Y al Santo Padre, en una iglesia al lado del Corazón de María, rezando?" Desde estos acontecimientos, los
niños llevaban en sus corazones al Santo Padre, y rezaban constantemente por el. Incluso, tomaron la
costumbre de ofrecer tres Ave Marías por él después de cada rosario que rezaban.

La Virgen María no dejaba de escuchar los ferviente súplicas de estos niños, respondiéndoles a menudo de
manera visiblemente. Tanto Francisco como Jacinta fueron testigos de hechos extraordinarios:

En un pueblo vecino, a una familia le había caído la desgracia del arresto de un hijo por una denuncia que
le llevaría a la cárcel si no demostrase su inocencia. Sus padres, afligidísimos, mandaron a Teresa, la
hermana mayor de Lucia, para que le suplicara a los niños que les obtuvieran de la Virgen la liberación de su
hijo. Lucía, al ir a la escuela, contó a sus primos lo sucedido. Dijo Francisco, "Vosotras vais a la escuela y yo
me quedaré aquí con Jesús para pedirle esta gracia." En la tarde Francisco le dice a Lucia, "Puedes decirle a
Teresa que haga saber que dentro de pocos días el muchacho estará en casa." En efecto, el 13 del mes
siguiente, el joven se encontraba de nuevo en casa.

En otra ocasión, había una familia cuyo hijo había desaparecido como prodigo sin que nadie tuviera
noticia de él. Su madre le rogó a Jacinta que lo recomendará a la Virgen. Algunos días después, el joven
regresó a casa, pidió perdón a sus padres y les contó su trágica aventura. Después de haber gastado cuanto
había robado, había sido arrestado y metido en la cárcel. Logró evadirse y huyó a unos bosques
desconocidos, y, poco después, se halló completamente perdido. No sabiendo a qué punto dirigirse, llorando
se arrodilló y rezó. Vio entonces a Jacinta que le tomó de una mano y le condujo hasta un camino, donde le
dejo, indicándole que lo siguiese. De esta forma, el joven pudo llegar hasta su casa. Cuando después
interrogaron a Jacinta si realmente había ido a encontrase con el joven, repuso que no pero que si había
rogado mucho a la Virgen por él.

Ciertamente que los prodigiosos acontecimientos de los que estos niños fueron protagonistas hicieron que
todo el mundo se volvieran hacia ellos, pero ellos se mantenían sencillos y humildes. Cuanto más buscados
eran por la gente, tanto más procuraban ocultarse.

Un día que se dirigían tranquilamente hacia la carretera, vieron que se paraba un gran auto delante de ellos
con un grupo de señoras y señores, elegantemente vestidos. "Mira, vendrán a visitarnos..." empezó
Francisco. "¿Nos vamos?" pregunta Jacinta. "Imposible sin que lo noten," responde Lucía: "Sigamos
andando y veréis cómo no nos conocen." Pero los visitantes los paran: "¿Sois de Aljustrel?" "Si, señores"
responde Lucia. "¿Conocéis a los tres pastores a los cuales se les ha aparecido la Virgen?" "Si los
conocemos" "¿Sabrías decirnos dónde viven?" "Tomen ustedes este camino y allí abajo tuerzan hacia la
izquierda" les contesta Lucía, describiéndoles sus casas. Los visitantes marcharon, dándoles las gracias y
ellos contentos, corrieron a esconderse.

Ciertamente, Francisco y Jacinta fueron muy dóciles a los preceptos del Señor y a las palabras de la
Santísima Virgen María. Progresaron constantemente en el camino de la santidad y, en breve tiempo,
alcanzaron una gran y sólida perfección cristiana. Al saber por la Virgen María que sus vidas iban a ser
breves, pasaban los días en ardiente expectativa de entrar en el cielo. Y de hecho, su espera no se prolongó.

El 23 de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta cayeron gravemente enfermos por la terrible epidemia de
bronco-neumonía. Pero a pesar de que se encontraban enfermos, no disminuyeron en nada el fervor en hacer
sacrificios.

Hacia el final de febrero de 1919, Francisco desmejoró visiblemente y del lecho en que se vio postrado no
volvió a levantarse. Sufrió con íntima alegría su enfermedad y sus grandísimos dolores, en sacrificio a Dios.
Como Lucía le preguntaba si sufría. Respondía: "Bastante, pero no me importa. Sufro para consolar a
Nuestro Señor y en breve iré al cielo."

El día 2 de abril, su estado era tal que se creyó conveniente llamar al párroco. No había hecho todavía la
Primera Comunión y temía no poder recibir al Señor antes de morir. Habiéndose confesado en la tarde, quiso
guardar ayuno hasta recibir la comunión. El siguiente día, recibió la comunión con gran lucidez de espíritu y
piedad, y apenas hubo salido el sacerdote cuando preguntó a su madre si no podía recibir al Señor
nuevamente. Después de esto, pidió perdón a todos por cualquier disgusto que les hubiese ocasionado. A
Lucia y Jacinta les añadió: "Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para
que os lleve también pronto allá arriba." Al día siguiente, el 4 de abril, con una sonrisa angelical, sin agonía,
sin un gemido, expiró dulcemente. No tenía aún once años.

Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Poco después de esto, como resultado de la
bronconeumonía, se le declaró una pleuresía purulenta, acompañada por otras complicaciones. Un día le
declara a Lucia: "La Virgen ha venido a verme y me preguntó si quería seguir convirtiendo pecadores.
Respondí que si y Ella añadió que iré pronto a un hospital y que sufriré mucho, pero que lo padezca todo por
la conversión de los pecadores, en reparación de las ofensas cometidas contra Su Corazón y por amor de
Jesús. Dijo que mamá me acompañará, pero que luego me quedaré sola." Y así fue.

Por orden del médico fue llevada al hospital de Vila Nova donde fue sometida a un tratamiento por dos
meses. Al regresar a su casa, volvió como había partido pero con una gran llaga en el pecho que necesitaba
ser medicada diariamente. Mas, por falta de higiene, le sobrevino a la llaga una infección progresiva que le
resultó a Jacinta un tormento. Era un martirio continuo, que sufría siempre sin quejarse. Intentaba ocultar
todos estos sufrimientos a los ojos de su madre para no hacerla padecer mas. Y aun le consolaba diciéndole
que estaba muy bien.

Durante su enfermedad confió a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los
pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María"

En enero de 1920, un doctor especialista le insiste a la mamá de Jacinta a que la llevasen al Hospital de
Lisboa, para atenderla. Esta partida fue desgarradora para Jacinta, sobre todo el tener que separarse de Lucía.

Al despedirse de Lucía le hace estas recomendaciones: ´Ya falta poco para irme al cielo. Tu quedas aquí
para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al I.C. de María. Cuando vayas a decirlo, no te
escondas. Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del I.C. de María. Que las pidan a
Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el I.C. de María, que pidan la paz al Inmaculado
Corazón, que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí
dentro en el pecho, que me está abrazando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de
María."

Su mamá pudo acompañarla al hospital, pero después de varios días tuvo ella que regresar a casa y Jacinta
se quedó sola. Fue admitida en el hospital y el 10 de febrero tuvo lugar la operación. Le quitaron dos
costillas del lado izquierdo, donde quedó una llaga ancha como una mano. Los dolores eran espantosos,
sobre todo en el momento de la cura. Pero la paciencia de Jacinta fue la de un mártir. Sus únicas palabras
eran para llamar a la Virgen y para ofrecer sus dolores por la conversión de los pecadores.

Tres días antes de morir le dice a la enfermera, "La Santísima Virgen se me ha aparecido asegurándome
que pronto vendría a buscarme, y desde aquel momento me ha quitado los dolores. El 20 de febrero de 1920,
hacia las seis de la tarde ella declaró que se encontraba mal y pidió los últimos Sacramentos. Esa noche hizo
su última confesión y rogó que le llevaran pronto el Viático porque moriría muy pronto. El sacerdote no vio
la urgencia y prometió llevársela al día siguiente. Pero poco después, murió. Tenía diez años.

Tanto Jacinta como Francisco fueron trasladados al Santuario de Fátima. Los milagros que fueron parte de
sus vidas, también lo fueron de su muerte. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco, encontraron que el
rosario que le habían colocado sobre su pecho, estaba enredado entre los dedos de su manos. Y a Jacinta,
cuando 15 años después de su muerte, la iban a trasladar hacia el Santuario, encontraron que su cuerpo
estaba incorrupto.