San Francisco de Sales,obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia, Lyón, 1622.
San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567. Fue bautizado al día
siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens, con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su
vida sería su patrono San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba "el cuarto de San
Francisco", porque había en él una imagen del "Poverello" predicando a los pájaros y a los peces.
De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero gracias al cuidado que recibió,
se pudo recuperar y fortalecerse con los años. Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una
enérgica actividad durante su vida.
La Madre de Francisco:
La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y trabajadora y profundamente piadosa.
Santa Juana de Chantal dice que la gente la admiraba como a una de las damas más respetables de esa época.
Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo donde laboran cuarenta trabajadores,
sirvientas, mensajeros, labradores, y encargados del ganado.
Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de Francisco, porque éste, por el valle
nublado frío y oscuro donde estaba su casa, podría haber sido un hombre retraído y más bien inclinado a la
tristeza y el pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que Doña Francisca le va
proporcionando y por la educación que le hace dar su padre, obtiene las bases para llegar a ser más tarde con
la gracia de Dios y por sus grandes esfuerzos, un portento de amabilidad y del más exquisito trato social.
Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin afanes ni apresuramientos. Quizás de ella
habrá aprendido el niño Francisco aquella virtud suya que le dará resultado toda su vida: trabajar mucho,
trabajar siempre, pero sin perder la calma, sin inquietud, no dejando para mañana lo que se puede hacer hoy.
La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía con todos, de ahí que Francisco aprendiese
todo esto y luego lo usase más tarde para el beneficio de muchas almas.
Infancia:
Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el Castillo. Le gustaba ir al Templo y rezar
mirando hacia el altar y también era muy dado a ayudar a los pobres. Sin duda había recibido del Espíritu
Santo el don de la Magnificencia, que consiste en un gusto especial por dar, y dar con gran generosidad.
Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel inmenso Castillo donde vivía; parecía que
tenía cien pulgas debajo de la ropa que no le dejaban estar quieto, por lo que su madre y la nodriza tenían
que estar constantemente viendo que estaba haciendo.
Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba bellos ejemplos religiosos. Y cuando el pequeño Francisco
se encontraba con otros niños por el camino o en el prado, les repetía las enseñanzas y narraciones que había
escuchado de labios de su mamá. Se estaba entrenando para lo que sería su mas preciado trabajo: enseñar
catecismo, pero enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.
Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios pero también su inclinación a la ira, con
la que luchará por 19 años de su vida hasta dominarla. Se cuenta que un día un Calvinista fue a visitar el
Castillo, Francisco se enteró y como no podía meterse en la sala a protestar, tomó un palo en las manos, y
lleno de indignación se fue al corral de las gallinas, arremetiendo contra ellas y gritando: "Fuera los herejes:
No queremos herejes". Las pobres gallinas salieron corriendo y gritando ante su atacante, y a tiempo llegaron
los sirvientes para salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará a tener un genio tan
bondadoso y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los más tremendos adversarios; ahora bien ,
esta bondad no nació con él sino que fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.
Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de voluntad porque la mamá lo
quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo consentido y mimado. Entonces le consiguió de profesor a un
sacerdote muy rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su preceptor durante toda su vida de
estudiante. Era un hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente demasiado perfeccionista en sus
exigencias. Este preceptor lo ayudará mucho en su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos, por
exigirle demasiado. Francisco no protestará nunca y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero para su
comportamiento futuro tomará la resolución de exigir menos detalles importunos y hacer más amables a
quienes él tenga que dirigir.
A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo su Primera Comunión junto con la
Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar un día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo
o en la Capilla del colegio. El que más tarde será el gran promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue
preparado muy cuidadosamente por la madre y por su Sacerdote preceptor para recibir por primera vez a
Jesús Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos buenos propósitos como recuerdo de su Primera
Comunión:
1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.
2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús Sacramentado, si no hay una razón grave
que me lo impida.
3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres y necesitadas.
4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.
Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos propósitos.
Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente San Mauricio), recibió la tonsura.
Francisco, estudiante:
Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en ello la realización de su
ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una
carrera secular, sin preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años, Francisco fue a estudiar a la Universidad
de París que, con sus 54 colegios, era uno de los más grandes centros de enseñanza de la época.
Su padre le había enviado al colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las familias de Saboya; pero
Francisco, que temía por su vocación, consiguió que consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont,
dirigido por los jesuitas y conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado por
el Padre Déage, Francisco se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la calle St. Jacques, a unos pasos del
Colegio de Clermont. Francisco se propuso un Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se propuso
dedicarse a hacer lo que tenía que hacer: prepararse bien para el futuro.
Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se trazó un programa de acción: Cada semana
confesarse y comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y lecciones para el día
siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación, de esgrima, de baile.
La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes gimnásticas le fueron consiguiendo un aire de
elegancia y respetabilidad. Era alto, gallardo y bien presentado. Enemigo de los lujos, pero siempre
decorosamente presentado. En las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado preferido, porque
a la vez de ser muy sencillo y sin rebuscamientos inútiles, era "la cultura personificada".
Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: "en las reuniones sociales se porta con la santidad de
un digno ministro de Dios, y en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del más exquisito de los
caballeros". Y al preguntarle alguien el por que, respondió: "Cuando estoy en la alegría de una fiesta social
me imagino estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad que esto exige. Y
cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino estar en la más exquisita y refinada reunión, y
trato de comportarme con la educación y urbanidad que en estos casos se exige".
Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó apasionadamente al estudio de la
teología. Cada día estaba más decidido a consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua,
poniéndose bajo la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.
La más terrible tentación de su juventud:
Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil. Sin embargo, Francisco supo alejarse de
toda ocasión peligrosa y de toda amistad que pudiera llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma
incontaminada y admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.
Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la sangre se le subía a la cara ante ciertas burlas y
humillaciones, pero lograba contenerse de tal manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco
nunca le daba mal genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las pasiones más
comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un nuevo medio más peligroso y desconocido.
Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y fastidioso de que se iba a condenar, que se tenía
que ir al infierno para siempre. La herejía de la Predestinación, que predicaba Calvino y que él había leído,
se le clavaba cada vez más en su mente y no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no dormía.
Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo que más le atemorizaba no eran los demás
sufrimientos del infierno, sino que allá no podría amar a Dios.
El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer remedio que encontró fue decirle al Señor:
"Oh mi Dios, por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que allá yo pueda
seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios que quieras, con tal de que me permitas
seguirte amando siempre"; esta oración le devolvió gran parte de paz a su alma.
Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación jamás volviese a molestarle fue al entrar a
la Iglesia de San Esteban en París, y arrodillarse ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la famosa
oración de San Bernardo:
"Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que jamás oyó decir que hayas abandonado a ninguno de
cuantos han acudido a tu amparo, implorando tu protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta
confianza, también yo acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados , me atrevo
a comparecer ante tu soberana presencia. No desprecies mis súplicas, Madre del Verbo Divino, antes bien,
óyelas y acógelas benignamente. Amén"
Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus pensamientos de tristeza y de
desesperación y en vez de los amargos convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que
"Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores se salven por medio de Él.
Y el que cree no será condenado" (Juan 3:17).
Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y también para saber comprender a las personas en
crisis y tratarlas con bondad.
Estudiante de universidad:
En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le había dado la orden de estudiar abogacía,
doctorarse en derecho. Francisco fue obedeciendo a su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas diarias
para poder llegar a ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque tenía un
gran deseo: llegar a ser sacerdote.
Durante su estancia en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que más le ayudó fue la amistad y dirección
espiritual de ciertos sacerdotes jesuitas muy sabios y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro, que
le acompañará durante su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: "El Combate Espiritual".
Lo leía todos los días y sacaba gran provecho de su lectura.
San Francisco hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y se propuso
hacer lo siguiente:
1) Cada mañana hacer el Examen de previsión : que consistía en ver que trabajos, que personas o
actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante ellos.
2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y hacer el Examen Particular: examinando su defecto
dominante y viendo si había actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular será
acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a encolerizarse).
3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los favores recibidos
por el Señor, en las grandezas de Dios , en las verdades de la Biblia o en los ejemplos de los santos.
4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que siempre
cumplió.
5) En su trato con los demás ser amable pero moderado.
6) Durante el día pensar en la Presencia de Dios.
7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen del día : decía, "recordaré si empecé mi jornada
encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas veces de Dios para ofrecerle mis
acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté
bien a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor propio y a mi orgullo, sino
agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar
fervoroso en la oración? y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de portarme
mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para ser siempre fiel a Dios; y rezando mis
tres Avemarías me entregaré pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.
Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en el que estuvo estudiando en Padua y a los
24 años obtuvo el doctorado en leyes, y fue a reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del
lago de Annecy. Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un joven de la
nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se casara cuanto antes y había escogido para
él a una encantadora muchacha, heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero
distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que este no estaba dispuesto a secundar los
deseos de su padre.
El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le había sido propuesta, a
pesar de su juventud.
Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de Sales y a algunos amigos
íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios. Pero había llegado el momento de hablar de ello con su
padre. El Señor de Boisy lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no hubiese
querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un momento, que Francisco pensara en hacerse
sacerdote.
La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de Sales en la posibilidad de
nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda
de Claudio de Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia, el canónigo
explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a vuelta de correo, llegó la respuesta del
Sumo Pontífice que daba a Francisco el puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le
distinguía el Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la esperanza de que su
padre accedería así más fácilmente a su ordenación.
Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le debían una obediencia
absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su respetuosa paciencia y su poder de persuasión para
convencerle de que debía ceder.
Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su padre, y fue ordenado
sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A partir de ese momento, se entregó al cumplimiento
de sus nuevos deberes con un celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los pobres,
con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.
Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades. Hablaba con palabras
sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues no había en sus sermones todo ese ornato de citas
griegas y latinas tan común en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía
destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.
A la conquista de los Calvinistas; La Misión de Chablais.
Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra, eran
deplorables debido a los constantes ataques de los ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al
Obispo Claudio de Granier que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo
envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos fracasaron. El enviado tuvo que
retirarse muy pronto. Entonces el Obispo presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus
dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor comprendió la gravedad del
problema, y se ofreció a desempeñar ese duro trabajo, diciendo sencillamente: "Señor, si creéis que yo pueda
ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy pronto a obedecer y me consideraré dichoso de
haber sido elegido para ella". El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.
Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy para impedir lo que él
llamaba "una especie de locura". Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la muerte. Arrodillándose,
a los pies del Obispo le dijo: "Señor, yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada
edad y de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un confesor y no un mártir".
Cuando el Obispo, impresionado por el dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo
Francisco le rogó que se mantuviese firme: "¿Vais a hacerme indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo
he puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás".
El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy, pero éste se despidió con
las siguientes palabras: "No quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi
hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. ...yo jamás autorizaré esta misión".
Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de Septiembre de 1594, día de
La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista
del Chablais.
El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados en el castillo de Allinges,
donde los dos misioneros se las ingeniaron para pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En
Thonon quedaban apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus creencias.
Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar valientemente. Los misioneros predicaban
todos los días en Thonon, y poco a poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.
El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía muchas dificultades y,
particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que
trepar a un árbol y permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos campesinos le
encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle transportado a su casa para darle de comer y hacerle
entrar en calor, el santo habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco les
dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de ellos y muy pronto los convirtió al
catolicismo.
En el 1595, un grupo de asesinos se puso al acecho de Francisco en dos ocasiones, pero el cielo preservó la
vida del santo en forma milagrosa.
El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por otra parte, el Sr. de Boisy
enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole y ordenándole que abandonase aquella misión
desesperada. Francisco respondía siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de volver, no
abandonaría su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: "Estamos apenas en los
comienzos. Estoy decidido a seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en
Dios".
San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes del pueblo. Con ese objeto,
empezó a escribir una serie de panfletos en los que exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los
calvinistas. Aquellos escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los fieles,
para distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las "controversias". Los originales se conservan todavía
en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la carrera de escritor de San Francisco de Sales, que
a este trabajo añadía el cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges, que eran
católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.
En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a restaurar un oratorio a Nuestra
Señora, destruido por los habitantes de Berna, una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le
maltrató.
Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo que los panfletos hacían
efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas admiraban la paciencia del santo en las
dificultades y persecuciones, y le otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y
llegó a formarse una corriente continua de apóstatas que volvían a reconciliarse con la Iglesia.
Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los frutos de la abnegación y celo
de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo
administrar una buena cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que había
sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había restablecido la fe Católica en la provincia
y merecía, en justicia, el título de "Apóstol del Chablais".
Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de su predecesor en una
frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de Chantal: "Yo he repetido con frecuencia que la
mejor manera de predicar contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación contra
sus doctrinas". El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du Perron: "Estoy convencido de que, con
la ayuda divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los herejes están en el error;
pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al Obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de
convertir a cuantos se le acercan".
San Francisco de Sales, Obispo:
Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible coadjutor y sucesor, pensó que
había llegado el momento de poner en obra sus proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero
finalmente se rindió a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una manifestación
de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave enfermedad que lo puso entre la vida y la muerte.
Al restablecerse fue a Roma, donde el Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud
y las cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen en su presencia. El día
señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.
El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico Borromeo (primo del
santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos difíciles de teología. San Francisco respondió con
sencillez y modestia, pero sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de
Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y energía que nunca.
En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que pronto resultó pequeña para la tal
multitud que acudía a oír la palabra del santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV
concibió una gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en Francia.
Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey redobló sus instancias; pero el
joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de la montaña, su "pobre esposa", como él la llamaba, por la
importante diócesis -"la esposa rica"- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: "El Obispo de Ginebra tiene
todas las virtudes, sin un solo defecto".
A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le sucedió en el gobierno de la
diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a
sus deberes pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo administrativo, que llevaba
hasta en los menores detalles del gobierno de su diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y
confesar con infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de la instrucción
de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que las gentes del lugar recordaban todavía,
muchos años después de su muerte, "el catecismo del obispo".
La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotable. En su trato con las almas fue
siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.
En su maravilloso "Tratado del Amor de Dios" escribió: "La medida del amor es amar sin medida". Supo
vivir lo que predicaba.
Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que necesitaban de su ayuda.
Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la
conoció en 1604, cuando predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la
Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos.
El libro "Introducción a la Vida Devota" nació de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y
consejos enviados a su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección. San
Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas adiciones. El libro fue recibido como una
de las obras maestras de la ascética, y pronto se tradujo en muchos idiomas.
En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había muerto años antes). El
santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: "Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena
madre como nunca había llorado desde que soy sacerdote". San Francisco habría de sobrevivir por nueve
años a su madre, nueve años de inagotable trabajo.
Últimos meses y muerte del Santo:
En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al santo a reunirse con el en
aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto
la invitación, aunque arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.
Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy puso en orden todos sus
asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo
posible por llevar su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle y todas las
comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.
En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la casita del jardinero del
convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado, pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una
de ellas le rogó que le dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja de papel,
con grandes letras: "Humildad".
Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno, prosiguió su viaje, predicando y
administrando los sacramentos a todo el que se lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero
recuperó la palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas curaciones que se
le administraron con la intención de prolongarle la vida, pero que no hicieron más que acortársela.
En su lecho repetía: "Puse toda mi esperanza en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del
foso de la miseria y del pantano de la iniquidad".
En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían solícitamente murmuró: "Empieza
a anochecer y el día se va alejando".
Su última palabra fue el nombre de "Jesús". Y mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías
de los agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad, el 28 de Diciembre de
1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo por 21 años.
Después de su muerte:
A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de Grenoble estaba Santa Juana de
Chantal orando por él, cuando oyó una voz que decía: " Ya no vive sobre la tierra", pero era poca inclinada a
creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un aviso de la muerte del santo. Cuando le llegaron con
la noticia, comprendió que aquella voz era cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de llorar la
muerte del Santo.
El día 29 de diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde casita donde había muerto
el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de besarle las manos y los pies, que los médicos no
lograban llevarse el cadáver para hacerle la autopsia.
-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de
los esfuerzos tan heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a la cólera y
al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.
-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo del santo: sus ropas fueron partidas en miles de pedacitos
para darle a cada cual alguna reliquia.
-El corazón: dentro de un estuche de plata fue llevado el corazón del gran Obispo al convento de las
Hermanas de la Visitación en Lyon, y guardado allí como un tesoro.
-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue vestido con
sus ornamentos episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la Visitación. Estuvo
expuesto para veneración de los fieles por dos días.
Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un silencio general, todos
lloraban a su querido obispo.
Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a ocurrir milagros por la
intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a abrir su causa de Beatificación en 1626.
¿Que sucedió el día que abrieron su tumba?:
En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo estaba. Abrieron su
tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las monjas de la Visitación. Cuando levantaron la
lápida, apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible
sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de enterrado). Del ataúd salía una
extraordinaria y agradable fragancia.
Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la noche cuando todos los
demás se hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con sus religiosas a contemplar más de cerca y con más
tranquilidad y detenimiento el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las
autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas manos pálidas.
Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la prohibición para tocarlo no era para
ella, y entonces se arrodilló junto al ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la
cabeza como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano parecía recobrar
vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y acarició la humilde cabeza inclinada de su discípula
preferida y santa.
Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que aquel día llevaba en la
cabeza la Madre Juana Francisca.
San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo Papa lo canonizó en el
1665, a los 43 años de su muerte.
En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo: "Las controversias"(contra
los protestantes); La Introducción a la Vida Devota" (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo),
tanto como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró a San Francisco de
Sales "Doctor de la Iglesia", siendo llamado "El Doctor de la amabilidad".