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19 septiembre 2026

Los de la tierra buena son los que escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando

Lucas 8, 4-15

En aquel tiempo se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: "Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena, y, al crecer, dio fruto el ciento por uno". Dicho esto, exclamó: "El que tenga oídos para oír, que oiga". Entonces le preguntaron los discípulos: "¿Qué significa esa parábola?" Él les respondió: "A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan.
El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y placeres de la vida se van ahogando y no maduran. Lo de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando".

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“Los de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia”. Cada uno es la tierra de la parábola ¿Con qué disposición acojo las enseñanzas de Jesús? ¿Qué tipo de terreno es mi corazón?

Todos los días Jesús sale a sembrar.

Nos habla a cada uno.

Quiere que sus palabras penetren en nuestro corazón, en nuestra vida.

Para que allí den Vida, podamos vivir su Vida.

Su palabra siempre da fruto, si cae en terreno bueno, en un terreno dispuesto a recibirla, a dejar que germine y crezca.

Nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente su palabra y su amor.

¿Con qué disposición la acogemos? ¿Qué tipo de terreno es mi corazón?

A veces, somos como el camino, un corazón endurecido, cuando nos dejamos llevar por la monotonía, cuando nos acostumbramos a Dios y a los demás. Cuando vemos a los demás, pero no sabemos descubrir en ellos su belleza.

Otras veces somos como el corazón pedregoso, un corazón superficial que se deja llevar por los resentimientos, por los juicios críticos, por los rencores, incapaz de ver más allá de nuestro propio egoísmo, sacando defectos a todo y a todos.

Y otras veces somos como el terreno con zarzas, un corazón lleno de vanaglorias, de orgullos, confiado en sí mismo.

Así, poco a poco, perdemos la alegría, la sonrisa que nace de Dios.

Hoy podemos pedirle al Señor que queremos ser buena tierra; que mire nuestro corazón endurecido, las piedras y las zarzas de nuestra vida y sea él quien lo limpie por entero y lance su semilla a manos llenas.