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10 agosto 2026

Lo matarán, pero resucitará. Los hijos están exentos de impuestos

Mateo 17, 22-27

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo: "Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres; lo matarán, pero resucitará al tercer día". Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaúm, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: "¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Contestó: "Sí". Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?" Contestó "A los extraños". Jesús les dijo: "Entonces los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti".

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“El primer pez que pique sujétalo, ábrele la boca y encontrarás un estáter; lo tomas y lo das por mí y por ti”. Ante las dificultades, dolores o sufrimientos, el remedio es siempre mirar a Cristo.

El Evangelio comienza con el anuncio de la futura pasión, muerte y resurrección de Jesús y concluye mostrando el poder de Jesús mediante un milagro.

Este es el segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Los discípulos se entristecieron mucho, no quieren perder al maestro. El dolor es una de las experiencias más comunes de la vida. Muchas veces nos encontramos sufriendo profundamente por motivos y razones que nunca esperamos. Nosotros, como los discípulos, también podemos desanimarnos en nuestro día a día a causa de la cruz: nos entristecemos por una injusticia, por algo que no sale como esperamos, por una dificultad. Esto nos puede llevar a sufrir. San Josemaría decía «Si sabes que esos dolores —físicos o morales— son purificación y merecimiento, bendícelos» (Camino, 219)

El evangelio continúa con la pregunta sobre el tributo al Templo. Sabemos que muchos de los sacerdotes del Templo, en tiempos de Jesús, estaban exentos de pagar el tributo. Jesús es el Hijo de Dios y Señor del Templo, por tanto, tenía más motivos que nadie para no pagar el tributo. Sin embargo, el Señor le manda pagar a Pedro, «para no escandalizarlos». Paga un estáter que valía cuatro denarios. El tributo al Templo era de dos denarios por persona, es por tanto la cantidad justa para pagar lo de Pedro y lo de Jesús. En el milagro, se refleja la cuidadosa providencia del Señor con los suyos. También a nosotros nos invita el Señor a cumplir nuestros deberes sociales, a no hacer uso de privilegios y a cumplir con nuestras obligaciones.

El Señor enlaza los dos acontecimientos. Por un lado, vemos el sufrimiento y por otro lado vemos el poder de Dios que vence toda dificultad. La enseñanza es clara, en nuestra vida sufriremos por muchas cosas, pero si ponemos nuestra confianza en el Señor, él solucionará los problemas más importantes de nuestra vida. San Josemaría lo recordaba así: “Si —ante la realidad del sufrimiento— sentís alguna vez que vacila vuestra alma, el remedio es mirar a Cristo” (Es Cristo que pasa, n. 168). Pongamos nuestra confianza en el Señor.