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19 julio 2026

Dejadlos crecer juntos hasta la siega

Mateo 13,24-43

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: "El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'""
[Les propuso esta otra parábola: "El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas."
Les dijo otra parábola: "El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente."
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo." Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: "Acláranos la parábola de la cizaña en el campo." Él les contestó: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga."]

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“El Reino de los Cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña”. Dios es paciente porque sabe que todos los corazones, incluso los más desesperanzados, pueden cambiar a tiempo y dar buen fruto.
La imagen del campo sobre el que se ha dejado caer a manos llenas la buena semilla del Evangelio, pero donde el enemigo ha sembrado cizaña, invita a pensar en la Iglesia, que “abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación -señala el Catecismo-. Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores. En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos. La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación”[1].

En efecto, la parábola del trigo y la cizaña plantea el problema de la coexistencia del bien y el mal. “Está claro: el campo es fértil y la simiente es buena -comentaba san Josemaría-; el señor del campo ha lanzado a voleo la semilla en el momento propicio y con arte consumada; además, ha organizado una vigilancia para proteger la siembra reciente. Si después aparece la cizaña, es porque no ha habido correspondencia, porque los hombres –los cristianos especialmente– se han dormido, y han permitido que el enemigo se acercara”[2].

Mons. Javier Echevarría invitaba a considerar que “esta realidad ha de movernos a la contrición, al dolor de amor, a la reparación, pero nunca al desaliento o al pesimismo. (…) A la vez, consideremos que ya ahora, en la tierra, el bien es mayor que el mal, la gracia más fuerte que el pecado, aunque su acción resulte a veces menos visible”[3].

La parábola de Jesús deja claro que el mal no procede de Dios, sino del enemigo, el maligno, que es astuto y siembra el mal en medio del bien, de modo que resulta difícil separarlos con claridad, aunque el justo Juez podrá hacerlo. Ahora bien, no cabe esperar una intervención inmediata para atajar el mal, porque Dios es paciente y misericordioso.

Los servidores están impacientes por arrancar la cizaña, pero “Dios en cambio sabe esperar -comenta el Papa Francisco-. Él mira el ‘campo’ de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él”[4].

Dios es paciente porque sabe que incluso el corazón que lleva tiempo manchado por muchos pecados puede cambiar y dar buen fruto. San Agustín, comentando esta parábola, aporta su experiencia de pastor de almas y constata que “muchos primero son cizaña y luego se convierten en trigo”, por lo que se requiere esa saludable paciencia, que no es indiferencia ante el mal: “Si estos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no llegarían al laudable cambio”[5].

El dueño del campo no confunde el bien con el mal. Sabe qué es saludable y qué es dañino para la salud, pero no permite que sus servidores se precipiten para dar tiempo a la misericordia. Jesús nos enseña a moderar ímpetus a y saber aguardar: lo que es malo puede cambiar a algo bueno. La conversión es posible, y siempre cabe la esperanza de que se producirá.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 827

[2] S. Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 123.

[3] Javier Echevarría, Carta 1 de agosto de 2013.

[4] Papa Francisco, Ángelus 20 de julio de 2014.

[5] S. Agustín, Quaest. septend. in Ev. sec. Matth., 12, 4: PL 35, 1371.