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8 junio 2026

Dichosos los pobres en el espíritu

Mateo 5, 1-12

«Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron.»

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“Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte (...) y abriendo su boca les enseñaba”. Jesús en las bienaventuranzas nos muestra el camino de la felicidad. Con ellas nos ofrece un cambio. Uno de esos cambios que producen transformaciones muy importantes y nos conducen a hacer el bien en la tierra.

Las bienaventuranzas es un pasaje de una gran belleza que forma el maravilloso pórtico del sermón de la montaña.

Jesús se sienta, como maestro, para enseñar al pueblo la Palabra divina que trae de parte del Padre. Comienza diciéndoles: “bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.

Es necesario fijarse y asombrarse una y otra vez en la que la primera palabra que nos trae Jesús es bienaventurado, que significa feliz.

Jesús nos trae la Palabra de Dios y nos enseña que nos quiere felices, dichosos, con una vida llena. Que el camino que lleva a Dios es un camino de alegría. Y, con su Palabra, nos describe cuál es el camino que hemos de recorrer. Lo que hemos de vivir para encontrar la felicidad verdadera.

Al leer las bienaventuranzas descubrimos que es un camino paradójico. Jesús nos muestra el camino de la felicidad por donde parecería que no lo fuéramos a encontrar.

Detrás de cada bienaventuranza hay un camino de amor y de cruz. Jesús nos enseña que en esta tierra el amor y la cruz se identifican. O dicho de otro modo, que si queremos amar de verdad, nos hemos de identificar con la Cruz.

Jesús llama bienaventurados a los que son pobres de espíritu, es decir, a los que viven en la confianza en Dios; a los que lloran, quienes saben reconocer y se arrepienten de sus pecados; a los mansos, que saben llevar con paciencia los defectos de los demás; a los que sienten hambre y sed de justicia, es decir, a los que crecen en afán de santidad; a los misericordiosos, que acogen a los demás en su fragilidad sin juzgarles; a los limpios de corazón, quienes se esfuerzan en que nada empañe su capacidad de amar; a los pacíficos, que luchan por sembrar la paz y la alegría y a los que padecen persecución por la justicia, es decir, aquellos que viven en la verdad y no transigen con ella.

En las bienaventuranzas descubrimos el rostro de Jesús y debemos descubrir el propio. Ayuda mucho en la vida cristiana confrontar la propia vida con las bienaventuranzas. Preguntarse: ¿Soy pobre?, ¿lloro?, etc.