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22 abril 2026

Ésta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna

Juan 6,35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día."

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"Ésta es la voluntad de Aquel que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día". Jesús se queda en la Eucaristía para que, mientras caminamos en la tierra, nuestro corazón esté bien seguro, con la mirada puesta en el cielo.

En esta parte del discurso sobre el pan de vida, Jesús intenta que sus oyentes den un salto de fe. Los ha saciado con el pan terreno y ahora quiere que tengan hambre del pan celestial.

El Maestro quiere dirigir la atención de la muchedumbre hacia lo definitivo, hacia la vida eterna. Ellos querían que Jesús les garantizara el pan diario, pero Él les hace ver que la auténtica seguridad está en poner nuestra existencia en sus manos y dejarnos llevar hacia la eternidad: «Ésta es la voluntad de Aquel que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día».

¡Cuánto empeño ponemos en conseguir seguridades terrenas! Muchas veces descubrimos, sin embargo, que éstas son frágiles. Lo ganado con mucho sacrificio se puede perder por un golpe de mala fortuna y, lo que es peor, nosotros mismos podemos derrumbarnos al ver que se desvanece lo que tanto esfuerzo nos había costado conseguir.

Jesús no quiere que perdamos el ánimo ante los reveses de la vida. Por eso se queda en la Eucaristía, para que nuestro corazón repose en Él y esté bien seguro, con la mirada puesta en el cielo mientras caminamos en la tierra.

La Iglesia llama a la Eucaristía la “prenda de la gloria futura” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1402). Jesús mismo se obliga, por así decir, a abrirnos las puertas del cielo si lo hemos recibido con devoción durante nuestros años de vida. Y esto es lo que al final de cuentas vale más la pena: nuestros éxitos o fracasos, los cambios de planes, etc., son todos relativos. En la Eucaristía, en cambio, está la vida definitiva.