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2 abril 2026

Los amó hasta el extremo

Juan 13,1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: "Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?" Jesús le replicó: "Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde." Pedro le dijo: "No me lavarás los pies jamás." Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo." Simón Pedro le dijo: "Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza." Jesús le dijo: "Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos." Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios."
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis."

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Las palabras con las que Juan inicia su relato, mediante una frase con significado doble, impresionan por su sencillez y profundidad: “los amó hasta el fin”. Se refiere a que su amor dura por siempre, pero también a que ese amor llegó hasta su último extremo, el de entregar la propia vida por los suyos: “Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

En la formación rabínica se enseñaba que el maestro merecía recibir del discípulo un trato de honor supe­rior al que éste debía a su propio padre. Por eso, los alumnos, además de estudiar, tenían obligación de prestarle algunos servicios personales como llevarle las sandalias, despe­jar el camino -aunque normalmente habían de caminar detrás de él-, o guiar el asno sobre el que cabalgaba. Rabí Yoshua ben Leví, en el siglo III, dice que el discípulo ha de prestar al ma­estro los mismos servicios que un esclavo a su amo, con la única excepción de que no está obligado a desatarle las sandalias[1].

En ese contexto es muy significativo el ejemplo de Jesús. Convive día a día con los Apóstoles, come habitualmente con ellos, y su actitud de servicio llega al punto de que “se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó. Después echó agua en una jofaina y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido” (Jn 13,4-5). En el lavatorio de los pies, Jesús se humilla realizando una tarea propia de esclavos, como lo evoca San Pablo en la Carta a los Filipenses: “Cristo Jesús… siendo de condición divina… se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo…” (Flp 2,6-7). Jesús, mediante aquel gesto, expresaba de modo natural y simbólico a la vez que no había “venido a ser servido, sino a servir”, y que su servicio consistía en “dar su vida en redención de muchos” (Mc 10,45).

San Josemaría, al contemplar esta escena, comentaba que “a mí me conmueve esta delicadeza de nuestro Cristo. Porque no afirma: si yo me ocupo de esto, ¿cuánto más tendríais que realizar vosotros? Se coloca al mismo nivel, no coacciona: fustiga amorosamente la falta de generosidad de aquellos hombres. Como a los primeros doce, también a nosotros el Señor puede insinuarnos y nos insinúa continuamente: exemplum dedi vobis (Jn 13,15), os he dado ejemplo de humildad. Me he convertido en siervo, para que vosotros sepáis, con el corazón manso y humilde, servir a todos los hombres”[2].

La lección de Jesús se dirige también a nosotros. En nuestra relación con los demás, a veces podemos hacer comparaciones, echar en falta detalles de afecto o de deferencia por parte de los demás. Jesús sí merecía recibir detalles de afecto y servicio por parte de sus discípulos, pero no pensó en eso. Tomó la iniciativa en ponerse a servir.

Este relato impresionante, que pone de realce la humildad de Jesús manifestada en el servicio, y la presenta como un ejemplo a seguir, tiene, además, una interpretación teológicamente más profunda, pues el lavatorio de los pies es un acontecimiento simbólico que apunta al sentido redentor de la muerte de Jesús que conmemoramos en la celebración del Triduo Pascual. Para poder entrar en comunión con Dios, el hombre ha de ser “limpio”, pero a medida que la proximidad es mayor, uno se siente más sucio y necesitado de purificación. Es Jesús quien ha venido a purificarnos, a darnos los medios para vencer el pecado y la muerte, ofreciendo su vida en la cruz. En la última cena está anticipando sacramentalmente lo que se llevaría a cabo horas después en el Calvario.

[1] Cfr. Talmud de Babilonia, Ketubot XI, 1, fol. 96a.

[2] S. Josemaría, Amigos de Dios, 103.