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5 febrero 2026

Los fue enviando

Marcos 6, 7-13

«Y llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles potestad sobre los espíritus inmundos.
Y les mandó que no llevasen nada para el camino, ni pan, ni alforja, ni dinero en la bolsa, sino solamente un bastón; y que fueran calzados con sandalias y no llevaran dos túnicas.
Y les decía: Si entráis en una casa, permaneced allí hasta que salgáis de aquel lugar.
Y si en algún sitio no os reciben ni os escuchan, al salir de allí sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.
Y habiendo marchado, predicaron que hicieran penitencia; y expulsaban muchos demonios y ungían con óleo a muchos enfermos y los curaban.»

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“Llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos. Y les mandó que no llevasen nada para el camino”. Para ser testigos de Jesús, tanto en el siglo primero como hoy, hacen falta pocas cosas: un corazón libre, la familia de la Iglesia y la ayuda de Dios.

Los apóstoles son literalmente los “enviados”, quienes han sido elegidos por Dios para llevar a todo el mundo la buena noticia. En el evangelio de hoy encontramos las instrucciones para el camino, una palabra que no indica solo el recorrido de un viaje, sino también la experiencia del seguimiento de Jesús.

La primera regla que nos da el Maestro es ir “de dos en dos”. La fe no es individual, sino un patrimonio de la Iglesia: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Desde los primeros siglos hasta hoy el apostolado cristiano siempre ha sido compartido, como los misioneros en tierras lejanas que nunca van solos.

En segundo lugar es importante “no llevar nada para el camino”, ni comida o bebida ni dinero. Eso indica la libertad de la entrega que nos permite cumplir la voluntad de Dios: “Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra” (San Josemaría, Via Crucis n.10).

Lo único que tiene que llevar un discípulo de Jesús es un bastón, que recuerda el apoyo y la protección de Dios: “No temo ningún mal, porque Tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 23,4).

Las instrucciones exigen confianza tanto en Dios como en el prójimo y presuponen la práctica de la hospitalidad y el apoyo característicos de las primeras comunidades cristianas. Los discípulos durante su misión en una zona encontraban acogida en familias que le proporcionaban todo lo que necesitaban porque “el que trabaja merece su salario” (Lc 10,7).

Como a los primeros apóstoles, también a los cristianos de hoy hacen falta pocas cosas para seguir al Señor: un corazón libre, la familia de la Iglesia y la ayuda de Dios.