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18 febrero 2026

Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará

Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.
Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará."

***

“Cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará”. La oración auténtica de un hijo de Dios no se queda solo en palabras, sino que transforma la vida, la llena de paz y de alegría.

Hoy comienza la Cuaresma, los cuarenta días de preparación para la Pascua, y la Iglesia, como cada año, alza la voz recordando a los cristianos la llamada a la penitencia y a la conversión personal.

El morado de las vestimentas sacerdotales y del velo que cubre el sagrario entra por los ojos y la sentencia “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” nos introduce en este tiempo litúrgico que antecede a los misterios centrales de nuestra fe.

En el pasaje evangélico que la Iglesia nos invita a considerar hoy, el Señor se centra en los actos fundamentales de la piedad individual: la limosna, el ayuno y la oración.

No hay mayor sacrificio que un corazón puro (cfr. Salmo 50), por eso, Jesús, frente a un posible cumplimiento meramente externo de estas prácticas, nos enseña que la verdadera piedad ha de vivirse con rectitud de intención, en intimidad con Dios y huyendo de toda ostentación.

Si la pureza de corazón se logra mediante una comunión íntima con el Señor, la oración necesariamente ha de ser una operación marcada por la sencillez y la veracidad con la que buscamos al Señor y nos dejamos encontrar por Él.

“Que nuestra mente esté en conformidad con lo que dicen los labios”, escribía san Benito en su famosa Regula. Y ahora, en este tiempo de especial penitencia, podemos decir también que nuestros sentidos, nuestro cuerpo y todas nuestras acciones estén en conformidad también con lo que decimos de palabra.

Por eso la oración se encuentra tan ligada al ayuno y a la limosna. Un diálogo personal y amoroso con nuestro Padre Dios que no va acompañado de obras es difícil que muestre una oración auténtica, una oración que da vida a los demás y que nos cambia la vida.