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Lucas 17, 26-37
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si uno está en el campo, que no vuelva. Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará. Os digo esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán, estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejaran; estarán dos en el campo: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán".
Ellos le preguntaron: "¿Dónde, Señor?" Él contestó: "Donde está el cadáver se reunirán los buitres".
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1º. Jesús, el día del Hijo del Hombre es el día de tu segunda venida, al final de los tiempos.
En ese día Tú te manifestarás al mundo, y el universo entero se transformará dando lugar a un cielo nuevo y una tierra nueva (2 Pedro 3,13).
Los que estén unidos a Ti con una vida de justicia y santidad participarán en esta definitiva etapa de la Iglesia y del mundo, también llamada la Jerusalén celestial, en la cual no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado (Apocalipsis 21,4).
Jesús, ¿cuándo y dónde ocurrirá esta transformación universal?
Y me respondes: Acerca de aquel día y hora nadie sabe, ni los ángeles de los Cielos, ni el Hijo, sólo el Padre (Mateo 24,36).
Lo único que sabemos es que vendrá por sorpresa, como ocurrió en los días de Noé y de Lot, y que tendrá efectos desiguales para los hombres: uno será tomado y el otro dejado.
Jesús, no me has revelado esta verdad para intranquilizarme o para que me despreocupe de un mundo que, en definitiva, se transformará al final de los tiempos.
Me has descubierto esta realidad para que tenga una visión más profunda de las cosas y del sentido de mi misma vida.
La espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya cierto esbozo del siglo nuevo (CEC-1049).
2º. Aquel conocido tuyo, muy inteligente, buen burgués, buena persona, decía: «cumplir la ley, pero con tasa, sin pasarse de la raya, lo más escuetamente posible». Y añadía: «¿pecar?, no; pero darse, tampoco». Causan verdadera pena esos hombres mezquinos, calculadores, incapaces de sacrificarse, de entregarse por un ideal noble (Surco.-12).
Jesús, la tentación más peligrosa no es la del pecado.
El pecado se descubre a sí mismo y puede dar lugar al arrepentimiento y a una vida de mayor piedad.
El verdadero peligro es la tibieza: esa actitud mezquina del que no hace nada malo, sin querer comprometerse tampoco a hacer nada bueno.
Esta es una tentación peligrosa, porque no se detecta fácilmente, e incapacita a la persona para amar a Dios.
Quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda, la conservará viva.
Jesús, si quiero guardar mi vida para mí, egoístamente, no sólo saldré perdiendo en mi vida eterna, sino también ya aquí, en la tierra.
Porque la felicidad en la otra vida se corresponde con la felicidad en ésta: el que, por no saber darse a los demás, no tiene capacidad de amar y ser feliz aquí, se autoexcluye de la felicidad eterna en el Cielo.
Jesús, el pensamiento sobre el final del mundo y sobre tu segunda venida gloriosa me debe dar un poco más de perspectiva sobre el valor de las cosas y de los acontecimientos.
Todo ha sido creado por Ti y volverá a Ti en el futuro.
Mientras tanto, me has dado la libertad de usar mi vida en beneficio propio o para el bien de los demás.
Que sepa entregarme de veras, sacrificándome día a día, por amor, al servicio de los que me rodean y, sobre todo, al servicio de Dios.
PABLO CARDONA