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8 octubre 2026

Pedid y se os dará

Lucas 11, 5-13

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene a medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle", y, desde dentro, el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada, mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos". Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?"

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“Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá”. Jesús nos invita hoy a pedir, a buscar y a llamar con insistencia, pues Dios está deseoso de darnos, de salir a nuestro encuentro, de abrir la puerta a su divinidad.

El evangelio de la liturgia de hoy nos sitúa en las enseñanzas que Jesús ofreció después de enseñar la oración del padre nuestro a sus discípulos. Allí el Maestro les enseñaba a llamar Padre a Dios y en esta ocasión lo vuelve a repetir: Dios es un padre bueno dispuesto a dar en abundancia a quienes le piden como hijos. Jesús repite esta verdad una y otra vez a lo largo del evangelio, quizá porque para nosotros es fácil confundir la imagen de Dios, y verlo como juez, como legislador, como acusador y no como alguien que está de nuestra parte. El momento quizá más profundo de su enseñanza sobre el verdadero rostro e identidad de Dios es la parábola del hijo pródigo, que Lucas presenta unos capítulos más adelante, donde sale a relucir el corazón amoroso del Padre y el verdadero modo en que mira y quiere a sus hijos.

En el evangelio de hoy, Jesús nos invita a que la confianza propia de hijos no se quede en meras palabras, sino que se manifieste en nuestro modo de pedir y orar. Dios Padre, nos enseña el Maestro, desea ver a sus hijos comportarse como tales, sin miedo a dirigirnos con insistencia a quien nos quiere profundamente. Jesús anima a sus oyentes a caer en la cuenta de su dignidad de hijos, a no quedarnos de brazos cruzados, y a experimentar la bondad de Dios. Quizá por eso nos insiste: ¡pedid!, ¡buscad!, ¡llamad!, porque nuestro Padre Dios está deseoso de dar, de salir al encuentro, de abrir la puerta.

A través de algunos ejemplos, Jesús nos muestra como el cariño del Padre está muy lejos del cálculo mezquino y no desea tener que ver con la lógica del intercambio estricto, del recibir para dar. Y nos señala que si nosotros, siendo malos, sabemos dar cosas buenas a quien nos pide con insistencia, cuánto más nuestro Padre Dios, que no solo quiere donar cosas sino donarse, regalarnos generosamente su mismo Espíritu, el Espíritu Santo (v. 13).

San Josemaría había entendido con fuerza que la oración y la petición del cristiano tiene que estar marcada por esta conciencia de hijos e hijas de Dios: “Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre —¡tu Padre! — lleno de ternura, de infinito amor. —Llámale Padre muchas veces, y dile —a solas— que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo” (Forja 331).