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5 octubre 2026

¿Quién es mi prójimo?

Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo se presentó un letrado y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" Él le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?" El letrado contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo" Él le dijo: "Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida" Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Jesús le dijo: "Un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo, dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó en una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?" El letrado contestó: "El que practicó la misericordia con él" Díjole Jesús: "Anda, haz tu lo mismo".

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“¿Qué puedo hacer para heredar la vida eterna?”. El amor ha de ser visible y tangible. Como decía el Papa Francisco el amor es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano.

La conversación entre Jesús y este doctor de la ley encaja bien en el tipo de diálogos habituales entre los maestros de Israel. Jesús no responde directamente a la cuestión que le plantea, sino que le pregunta qué respuesta daría él mismo acerca de qué hacer para heredar la vida eterna. Él contesta, muy acertadamente, uniendo un texto del Deuteronomio acerca de la primacía del amor a Dios (cf. Dt 6,5), con otro del Levítico sobre el amor al prójimo (cf. Lv 19,18). Sabía perfectamente cuál era la respuesta teórica de aquello sobre lo que había preguntado a Jesús, pero, su pregunta no fue superflua. Muchas veces sucede que no basta con conocer la doctrina, las dificultades se plantean acerca del modo de llevarla a la práctica. En este caso, la cuestión que no estaba clara es a quién habría que considerar como “prójimo”, y, por tanto, objeto del amor.

Jesús le responde ahora con una parábola en la que habla de un sacerdote y un levita que habían pasado de largo ante un viajero al que unos salteadores le habían robado todo y lo habían dejado malherido, “pero un samaritano que iba de viaje se llegó hasta él y, al verlo, se llenó de compasión” (v. 33). Ese hombre samaritano, enternecido, reacciona: “se acercó y le vendó las heridas echando en ellas aceite y vino. Lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: ‘Cuida de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta’” (vv. 34-35).

El amor ha de ser visible y tangible. Reclama hechos concretos que ayuden a remediar las necesidades específicas del prójimo. Por eso, después de plantear la parábola, Jesús pregunta a su interlocutor: “¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él le dijo: ‘El que tuvo misericordia con él’” (vv. 36-37).

La pregunta de Jesús no es "inocente". En el lenguaje del Antiguo Testamento, el “prójimo” (en hebreo, “re‘a”) no es cualquier ser humano, sino el que pertenece al propio pueblo. Ciertamente el sacerdote y el levita pertenecían. Pero ninguno de sus contemporáneos habría dicho que un samaritano fuera su “prójimo”. Jesús pone en un compromiso a su interlocutor al preguntarle por “cuál de estos tres” (el sacerdote, el levita o el samaritano) era el “prójimo” de aquel hombre malherido. El doctor de la ley, para no decir lo que parecía obvio, pero era impensable para él –“el samaritano”–, recurre a un circunloquio: “El que tuvo misericordia con él”.

“La actualidad de la parábola resulta evidente -comenta Benedicto XVI- (…) ¿No encontramos también a nuestro alrededor personas explotadas y maltratadas? Las víctimas de la droga, del tráfico de personas, del turismo sexual; personas destrozadas interiormente, vacías en medio de la riqueza material. Todo esto nos afecta y nos llama a tener los ojos y el corazón de quien es prójimo, y también el valor de amar al prójimo”[1]

La parábola de Jesús es provocativa: En la práctica, ¿quién fue “el que tuvo misericordia con él”? Ciertamente, el samaritano fue verdadero prójimo de aquel hombre, pero, también lo fue el posadero. Él fue quien se encargó durante muchos días de curarle las heridas hasta que sanaran, de atenderlo cuando fuera necesario, o de prepararle alimentos que le resultasen apetitosos y le ayudasen a recuperar sus fuerzas. Todo eso sin protagonismo, sirviendo oculto. Como señala el Papa Francisco, “el amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano”[2].

[1] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret I. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Madrid: La esfera de los libros, 2000), p. 239-240.

[2] Papa Francisco, Misericordiae vultus, n. 9.