Página inicio

-

Agenda

11 octubre 2026

A todos los que encontréis, convidadlos a la boda

Mateo 22,1-14

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. [Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos."]

***

“El Reino de los Cielos es como un rey que celebró las bodas de su hijo”. Procurar vivir la Eucaristía como el Cielo en la tierra, nos abrirá poco a poco las puertas de la Eternidad.

Las parábolas de Jesús son de una riqueza inagotable y de ninguna nos podemos sentir eximidos. Nadie puede decir: “no, esta parábola no tiene nada que ver conmigo”. Cada una es una invitación directa del Señor para que revisemos el estado de nuestra alma.

La que nos encontramos en el evangelio de hoy admite muchos niveles de lectura, pero esta vez podemos fijarnos en un detalle: el hecho de que un rey prepara un banquete para celebrar la boda de su hijo. ¿Quién es ese Rey? Dios Padre. ¿Quién es el Hijo? Evidentemente, Jesucristo. ¿Quién es la novia? La Iglesia.

Por lo tanto, ¿cuál es ese banquete? La Santa Misa.

Todos los días, justo antes de la comunión, escuchamos de boca del sacerdote: este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor. Estas palabras son una combinación de lo que dice san Juan Bautista a sus discípulos (cfr. Juan 1, 29) y lo que se proclama casi al final del Apocalipsis: “bienaventurados los llamados a la cena de las bodas del Cordero” (19, 9).

No perdamos de vista que el Señor está contando esta parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, a la gente considerada piadosa. Por eso, es importantísimo que los que intentamos vivir la Eucaristía diariamente nos sintamos interpelados por estas palabras de Jesús. En cada Misa el Señor espera que asistamos con las debidas disposiciones.

Porque, si hacemos un examen sincero, nos daremos cuenta de que a veces estamos en la Misa de cuerpo presente, pero nuestra cabeza está en otro lado: se marcharon, quien a su campo, quien a su negocio. Mientras suceden las Bodas del Cordero, tantas veces nosotros estamos pensando en nuestras triviales preocupaciones.

O también podemos ser ese hombre que no vestía traje de boda, ya sea porque nuestra apariencia externa parece delatar que no le damos la importancia que tiene, ya sea porque no hemos dedicado la atención suficiente a la preparación remota y próxima del alma, cuidando la confesión frecuente y la oración diaria.

En cualquier caso, el evangelio de hoy se nos presenta como una ocasión estupenda para volver a descubrir que la Eucaristía es pignus vitae eternae: prenda (que es sinónimo de garantía) de la vida eterna. Vivir la Misa como lo que es, como el Cielo en la tierra, será lo que nos abrirá las puertas de la Eternidad.