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29 agosto 2026

Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista

Marcos 6,17-29

En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras, que te lo doy." Y le juró: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino." Ella salió a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?" La madre le contestó: "La cabeza de Juan, el Bautista." Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista." El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

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“Quiero que enseguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”. Acudamos a su intercesión, y a la Virgen María, para que también en nuestros días la Iglesia se mantenga fiel a Cristo y testimonie con valentía su verdad y su amor a todos.

Todos los Evangelios comienzan la vida pública de Jesús con el relato de Su Bautismo en el río Jordán por medio de Juan Bautista. San Lucas, enmarca la entrada en escena del Bautista, con un solemne telón de fondo histórico. El libro de Benedicto XVI "Jesús de Nazaret" también tiene como punto de partida el Bautismo de Jesús en el Jordán, un acontecimiento que tuvo una enorme resonancia en su época. De Jerusalén y de toda Judea acudía la gente a escuchar a Juan el Bautista y a dejarse bautizar por él en el río, confesando sus pecados (cf. Mc 1,5). La fama de Juan creció hasta tal punto que muchos se preguntaron si no sería realmente el Mesías. Pero él -subraya el evangelista- lo negó rotundamente: "Yo no soy el Cristo" (Jn 1,20). Sin embargo, sigue siendo el primer "testigo" de Jesús, habiendo recibido instrucciones del Cielo: "El hombre sobre el que veréis descender el Espíritu y permanecer es el que bautiza en el Espíritu Santo" (Jn 1,33). Esto sucedió precisamente cuando Jesús, habiendo recibido el Bautismo, salió del agua: Juan vio que el Espíritu descendía sobre Él como una paloma. Fue entonces cuando "conoció" la plena realidad de Jesús de Nazaret, y comenzó a darlo a conocer a Israel (Jn 1,31), señalándolo como Hijo de Dios y Redentor del hombre: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).

Observamos como Herodes admira a Juan y le escucha con gusto (v.20) pero termina por decapitarle (v.27) Un gran cambio se produce en poco tiempo. Primero apresa a Juan injustamente, después organiza una fiesta lasciva, hace un juicio temerario, y finalmente le lleva a cometer un delito mucho mayor: el homicidio. Este pasaje nos muestra el poder del pecado. El pecado se comporta como una espiral, nos introduce en un círculo vicioso. Cuando nos dejamos llevar por nuestros pecados, estos nos arrastran a la posibilidad de cometer otros mayores. Por eso, siempre debemos arrepentirnos de cualquier pecado y acudir a la confesión donde Dios nos perdona y podemos recomenzar de nuevo. Con la ayuda de Dios, siempre tenemos la posibilidad de vencer al pecado.

“Como auténtico profeta, Juan dio testimonio de la verdad sin componendas. Denunció las transgresiones de los mandamientos de Dios, incluso cuando los protagonistas eran los poderosos. Así, cuando acusó de adulterio a Herodes y Herodías, pagó con su vida, coronando con el martirio su servicio a Cristo, que es la verdad en persona. Invoquemos su intercesión, junto con la de María santísima, para que también en nuestros días la Iglesia se mantenga siempre fiel a Cristo y testimonie con valentía su verdad y su amor a todos.” (Benedicto XVI, Ángelus, 24 de junio de 2007).