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Lucas 5,27-32
En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros.
Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: "¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?"
Jesús les replicó: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan."
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“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. La misericordia de Dios es gratuita con una sola condición: el arrepentimiento. Pidamos al Señor que nos conceda un corazón contrito y humillado para que nos dejemos curar por Él.
Podemos razonablemente pensar que Mateo, por la posición social y económica que ocupaba, podía costearse un médico en caso de que lo requiriera. De hecho, el evangelio nos dice que, después de haber encontrado a Jesús “preparó en su casa un gran banquete para él”. Solo las personas pudientes podían permitirse un gasto como aquel.
Pero Mateo, aunque hubiera dispuesto todas sus riquezas para tratar de curar su corazón, no lo hubiera logrado jamás. No por falta de dinero, sino porque la dolencia de su corazón no era física sino espiritual.
La misericordia de Dios es gratuita. El perdón, como el amor, no se puede comprar. Sí se puede conseguir el silencio, incluso el olvido, pero el perdón no.
Dios no nos pone un precio para alcanzar su perdón, pero sí marca una condición: el arrepentimiento. Aunque ni siquiera este ha de ser perfecto, como vemos en la parábola del hijo pródigo. Basta un deseo de volver y un primer paso para emprender el camino a casa.
En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a la conversión. A volver a casa. A emprender el camino de vuelta a Dios. A darse la vuelta, dejar todas las cosas y ponerse en camino.
Los santos nos han enseñado que este camino de vuelta a casa se recorre muchas veces a lo largo de la vida. De hecho, incluso muchas veces al día. La llamada a la conversión es continua, igual que el anhelo profundo de felicidad y donación que late en el fondo de nuestro corazón.
Acudir al sacramento de la Penitencia y mostrarle con sencillez al Señor nuestras heridas para que Él las cure, nos ayudará a continuar más ligeros y gozosos por este camino de la vida.