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3 septiembre 2025

También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado

Lucas 4, 38-44

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón.
La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella.
Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían:
«Tú eres el Hijo de Dios».
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto.
La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos.
Pero él les dijo:
«Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de Judea.

***

La mejor forma de empezar el día/b>
Hay quien se despierta cada mañana con el informativo de la radio. Luego se quejan de que están deprimidos. Menuda forma de empezar el día.
También hay quien se despierta con música. Pero ¿de verdad hay ganas de bailar a esas horas?
Otros prefieren prescindir del despertador, y practican ese «despertar cristiano» que consiste en levantarse «cuando Dios quiera». Entendiendo que llaman «Dios» a su propio cuerpo. Luego llegan tarde a todas partes.
Y, después, está Jesús: Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto.
Tú, que eres cristiano, imítalo a Él. En cuanto suene el despertador, salta de la cama y póstrate en tierra, sin dar a la pereza ni un segundo. Alaba a Dios, así postrado, y aséate para Él. Convierte el tiempo de aseo en tiempo de oración. Y, una vez aseado, toma en tus manos el Evangelio y ábrelo. Que sea la primera noticia del día. Permanece unos minutos en oración, saborea la palabra antes que el café. Si tienes la suerte que tengo yo, quizá puedas hacerlo ante un sagrario.
Y, una vez llena el alma con esa alegría… ¡A la batalla! Café, tostadas, noticias, trajín… Nadie podrá quitarte lo rezado.