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Lucas 9, 18-22
Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Pedro respondió:
«El Mesías de Dios».
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. porque decía:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
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El Mesías de Dios
En español, son sólo cuatro palabras. Salieron de la boca de Pedro, y a Jesús le conmovieron las entrañas: – Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? – El Mesías de Dios.
Podríamos preguntarle a Pedro qué significan esas cuatro palabras, pero quizás no hubiera sabido responder. No fueron la carne ni la sangre quienes se las revelaron, sino el Padre que está en los cielos. Sólo desde el Espíritu podemos asomarnos al abismo que se abre tras esas cuatro palabras: El Mesías de Dios.
A causa del pecado, el hombre está atrapado, como un pez en la red, en una línea: la que va desde la cuna hasta la tumba. Y llegado al final de la línea, tras estrellarse contra el muro de la muerte, la misma fuerza que en vida lo impulsa al pecado lo arrastrará al Infierno.
El Hijo del hombre tiene que padecer mucho… En la Cruz, Cristo se levanta, majestuoso, sobre esa línea, y se ofrece como escalera para que el hombre, libre del pecado y de la muerte, habite la eternidad. El Mesías de Dios es el que, en la Cruz, ofrece la salvación al pecador.
Es viernes. Mira esa escalera. Asciende por ella. Déjate salvar.