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Mateo 9, 14-17
En aquel tiempo, los discípulos de Juan se acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?
Llegará días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres; se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan».
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Odres nuevos para el nuevo vino
Leídas en sábado, las palabras con que el Señor se refiere al vino nuevo son especialmente evocadoras:
El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan. Nuevo era el sepulcro donde José de Arimatea enterró al Señor. De algún modo, nuestros sábados discurren en torno a ese sepulcro, que fue el odre en el que reposó el nuevo vino y del que brotó, abiertas sus llagas, dos días después. Así se ha conservado el vino, sentado a la derecha del Padre, y también el odre, centro de peregrinación, dos mil años después, de millones de personas. Nosotros nos recogemos en oración silenciosa tras la piedra, mientras el vino es macerado. Y no estamos solos. Allí, cada sábado, nos acompaña María.
El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan. Odre nuevo fue el vientre de la santísima Virgen, donde el Espíritu depositó el vino nuevo cuyo adelanto propició la Madre en las bodas de Caná. Ese odre es hoy conservado, íntegro, en el Cielo, junto a su hijo.
Odres nuevos seremos nosotros si comulgamos en gracia y bien preparados. Será la Hostia, en nuestros cuerpos, prenda de inmortalidad.