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Juan 11,19-27
En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección del último día».
Jesús le dice:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Si, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
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Betania
Se me marcha mi querido vicario parroquial. Es triste para mí, pero bueno para él, porque le ha llegado la hora de ser párroco. Y hoy me ha comentado su intención de pintar la que será su nueva casa. Hace bien, pero seguirá siendo la casa de un hombre que vive solo. Como la mía. Los sacerdotes seculares no vivimos bien. En cierta ocasión, un amigo me regaló una flor: «No te preocupes, que no tienes que regarla, es de mentira. Pero ponla en algún sitio, que se nota que en tu casa no ha entrado jamás una mujer».
Jesús tampoco vivió bien durante su vida pública. Dormía en el suelo, en casas prestadas, en un huerto… o no dormía, porque pasaba la noche en oración. Pero, de cuando en cuando, pasaba por Betania, y allí, en casa de Marta, María y Lázaro encontraba un hogar.
¡Cómo lo querían esos hermanos! Cuando cruzaba la puerta de su morada, podía quitarse el abrigo, ponerse las zapatillas, sentarse al fuego y descansar. Fueron pocos momentos, pero, desde que abandonó la compañía de la Virgen, fueron sus únicos momentos de hogar.
Ojalá en nuestras parroquias, y en nuestras almas, encuentre Jesús su Betania.