-
Juan 17, 20-26
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró, Jesús diciendo:
«No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
***
Que tú seas uno
Es bueno que, uniéndote a los deseos del Señor, pidas cada día por la unidad de la Iglesia y, yendo más allá, por la unidad de los hombres todos en torno a Cristo: Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti.
Pero, mientras lo pides, recuerda que la unidad es tarea que se cumple como se expanden las ondas en un estanque tras lanzar una piedra en su centro: va de menos a más. Una familia unida podrá unir a un vecindario; un vecindario unido podrá unir a un pueblo…
El centro está en ti. Si tu vida no es una, no podrás ser fermento de unidad a tu alrededor. Si, mientras tu alma alaba a Dios, tu lengua critica al vecino, tu memoria se regodea recordando las ofensas, tu imaginación se enfanga en imágenes obscenas, y tu juicio se emplea en juzgarlo todo por su cuenta… ¿cómo unirás a nadie, si tú mismo estás dividido? Quien te ve rezando te toma por santo; quien te escucha hablar te tiene por sembrador de cizaña; y quien te oye juzgar se asusta de tu soberbia. ¿Cuántas vidas estás viviendo?
Comienza por esto: que tú seas uno.