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20 junio 2025

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón

Mateo 6, 19-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!».

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La puerta del Cielo
¿Por dónde se entra al Cielo?
Habrá quien diga que por la puerta del cementerio, pero no es verdad. Ni todos los que cruzan la puerta del cementerio acceden necesariamente al Cielo, ni es necesario esperar al último aliento para gozar las delicias celestiales.
La puerta del Cielo es la Cruz. Cuando el cristiano une sus miembros carnales a los de Jesús crucificado a través de la mortificación, la templanza, y la paciencia en las adversidades, entonces se recoge en su interior, cruza la puerta de la Cruz, y encuentra, en su alma en gracia, vida eterna y delicias celestes. Tras mostrarnos su vida como la de un crucifijo (fatigas, cárceles, palizas, peligros de muerte, azotes…), san Pablo afirma: Si hay que gloriarse, me gloriaré en lo que muestra mi debilidad (2Cor 11, 30). Esa gloria es gloria celeste.
Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. Si vives crucificado, lo podrás decir al revés: Donde está tu corazón, allí está tu tesoro.
Seguirás siendo forastero en este mundo, pero en tu alma habrás alcanzado ya el Hogar. Un día, cuando ese cuerpo tuyo guardado en la Cruz resucite, gozarás esa gloria en plenitud, sin mezcla de dolor ni peligro.