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Mateo 5, 38-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas».
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Perdiendo al frontón
La ira nos hace semejantes a un frontón. Cuando el frontón recibe el golpe de la pelota, la devuelve a quien la lanzó. Del mismo modo, la ira hace que devolvamos las ofensas recibidas a quien nos agredió. Pero, a diferencia del frontón, que siempre devuelve la pelota con menos fuerza que la que traía, la ira tiene un efecto multiplicador, y nos hace devolver el golpe corregido y aumentado. Es el consabido: «¡Y tú más!». La Ley antigua trataba de corregir ese exceso: Ojo por ojo, diente por diente.
Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. La mansedumbre, en cambio, nos hace semejantes a un colchón. El colchón mullido, en lugar de devolver el golpe, parece abrazarlo y recogerlo. Así el manso, cuando es ofendido, acoge la ofensa y convierte la violencia en paz. Mira al Crucifijo y lo entenderás.
No creas a quien te dice, después de devolver una ofensa: «¡Qué a gusto me he quedado!». Nadie se queda a gusto cuando ejerce violencia; el corazón siempre queda turbado. Sin embargo, el manso sufre la ofensa igual que el violento; pero, al no devolverla, conserva la paz. No sólo se santifica; además, sale ganando.