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7 mayo 2025

Ésta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna

Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

***

Mira y cree
En la primera parte del discurso del pan de vida, la mirada de los ojos despierta en el alma otra mirada: la de la fe. El camino comienza en la carne, pero no se detiene allí. Una vez que los ojos han llevado al alma hasta su frontera, ella prosigue su camino, dejando al sentido clavado en la carne y adentrándose en el misterio, del mismo modo que el jinete deja el caballo atado a un poste junto a la orilla para zambullirse en las aguas.
Me habéis visto y no creéis… Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna.
Miramos con fe a la sagrada Hostia, y dejamos los ojos colgados de su blancura. El alma, entonces, contempla y exclama: «¡Señor mío y Dios mío!». Es sólo el primer paso, el que la separa de la orilla. Después viene el silencio, un silencio lleno de luz y de vida en que Cristo y el alma se abrazan sin tocarse.
Cuando el sacerdote, tras consagrar, alce la Hostia, y cuando te la presente mientras te dice: «El cuerpo de Cristo», antes de devorarla, mira. Mira y cree.