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Juan 15, 18-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».
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Los que volamos
Por heroico que parezca, porque las historias de agentes encubiertos siempre lo son, la vocación del cristiano no es la de un infiltrado a quien introducen con pasaporte falso en un ambiente ajeno. No tenemos que infiltrarnos en el mundo, porque hemos nacido aquí, en este mundo y en este siglo lleno de dispositivos electrónicos, redes sociales, virus, blasfemias y posibilidades inmensas de comunicación.
Como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Estamos aquí, hemos nacido aquí, y no necesitamos infiltrarnos, porque vivimos aquí. Pero no somos de aquí. Por el Bautismo, Cristo nos ha convertido en hijos de Dios y ciudadanos del Cielo.
Por eso, vivimos aquí como quien está de paso, como quien señala a los hombres el camino a la Patria, como quien rompe horizontes y mira, gozoso, a lo alto. No es extraño que el mundo nos odie, porque somos espíritus libres, volamos alto, y la historia de Juan Salvador Gaviota se repite cada siglo. Pero también son muchos quienes, al vernos volar, recuerdan que tienen alas, y se dejan rescatar por Cristo.
Vivimos aquí, pero vamos al Cielo. Y no queremos llegar solos.