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11 mayo 2025

Yo doy la vida eterna a mis ovejas

Juan 10, 27-30

En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno».

***

Jamás permitas…
Cualquiera que haya conocido al Señor, y lo ame, se siente aterrado ante la posibilidad de pasar un solo minuto de su vida lejos de Él. Quienes no lo conocen huyen de Él, porque temen que Jesús les arrebate la libertad y la vida. ¡Pobres! No han entendido que la libertad y la vida son Él.
Antes de comulgar, en voz baja, el sacerdote pronuncia una oración del Misal que concluye así: «y jamás permitas que me separe de ti». ¡Con qué fervor pronuncia el presbítero esa oración! Él sabe que, sin Cristo, todo es muerte; pero, con Él, todo –hasta la muerte– es vida.
Y, sin embargo, esa unión con Cristo es de todo, menos pacífica. Constantemente, los vientos de la vida la amenazan: dificultades, agobios, tormentas, urgencias materiales, tentaciones de todo tipo… Abrazados a Jesús, no podemos evitar el vértigo ante la posibilidad de soltarnos, o de ser arrancados de su lado. ¡Cuánto nos confortan, entonces, las palabras con que Cristo, Buen Pastor, se refiere a sus ovejas!: Nadie las arrebatará de mi mano. Nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
¡Que así sea, Señor! ¡Jamás permitas que nada, ni nadie, me aparten de Ti!