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Juan 5, 1-3. 5-16
En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó:
«Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar».
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó:
«El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa de ese gentío que había en aquel sitio, se había alejado. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
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El paralítico y Schopenhauer
No es necesario tener fe para pensar. Aristóteles no tenía fe, y pensaba. Schopenhauer, que tampoco tenía fe, se exprimió las neuronas y dijo que el destino del hombre sobre la tierra era pasar del sufrimiento al aburrimiento, y del aburrimiento al sufrimiento. Sufres porque no tienes lo que deseas y, cuando logras poseerlo, te aburre; entonces vuelves a sufrir porque deseas algo más… ¿No es lo mismo que decir que en el corazón del hombre hay una sed que nada en este mundo puede saciar?
Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua. Ese enfermo es la imagen viva de la impotencia del corazón humano. Treinta y ocho años anhelando una salud que él no podía procurarse a sí mismo.
Todo hombre es radicalmente pobre. Desea una felicidad que no puede obtener por sus medios. Sólo quien encendió en él ese deseo, quien alumbró en él esa sed, puede saciarla.
Si no crees en Dios, al menos creerás en tu sed. ¿Quién la ha puesto en tu corazón, si el agua no existe? Parece raro, ¿no? Anda, sigue pensando. Y quizá la propia sed te lleve al agua; al agua viva.