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Marcos 9, 41-50
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la “gehenna”.
Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la “gehenna”, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Todos serán salados a fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal entre vosotros y vivid en paz unos con otros».
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Estorbos
Me impresionaron, de joven, las palabras de libro «Camino», de san Josemaría Escrivá:
«Todo lo que no te lleva a Dios es un estorbo. Arráncalo y tíralo lejos». (p. 189)
El fundador del Opus Dei iba más allá que el propio Señor, quien dijo:
Si tu mano te induce a pecar, córtatela… Si tu pie te induce a pecar, córtatelo… Si tu ojo te induce a pecar, sácatelo…
Estas palabras nos invitan a apartar de nosotros aquello que nos induzca al pecado. Pero san Josemaría me estaba invitando a prescindir, también, de lo que, sin inducirme al pecado, tampoco me acercaba a Dios. Se trataba, principalmente, de deseos: un buen coche, una buena imagen, un disco que ya no estaba en el mercado, una tarde de ensueño en buena compañía… Nada de eso era pecado. Pero, a decir verdad, eran sólo proyectos personales que no me acercaban a Dios.
Pasaron años hasta que comprendí lo del «estorbo»: cualquier deseo fuera de Dios pesa como un fardo, y se interpone en nuestro camino hacia Él.
No te cuento esto para hacerte una confidencia. Te lo cuento para que te des cuenta del tiempo perdido en desear lo que no es Dios.