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Lucas 12, 35-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y , acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos».
Ceñida la cintura
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Ceñida la cintura
La parábola de los criados que esperan a su señor es, en el evangelio de san Lucas, la versión breve, y en masculino, de la parábola de las diez vírgenes del evangelio de san Mateo. Como allí, el esposo llega entrada la noche, a la segunda vigilia o a la tercera. También como allí, vuelve de su boda. Y, también como allí, es preciso tener encendidas las lámparas durante la espera.
Algo añade la parábola de Lucas: Tened ceñida vuestra cintura. Los criados deben mantener el abrigo puesto, estar preparados para salir en cualquier momento. Ya se ve que, en esta parábola, el banquete se celebra en otro lugar, al que serán llevados por el propio esposo.
¿No es ésa nuestra vida? ¿No estamos esperando a que el Señor vuelva y nos lleve al Cielo? Estamos en este mundo como en nuestra casa, pero siempre al borde de la puerta, mirando el alma hacia el Cielo. Estamos en esta vida, pero no como quien se arrellana en el sillón con la cerveza y las zapatillas, sino como quien está dispuesto a salir en cuanto el Señor llegue. Sin apegarnos a nada ni a nadie, y en perpetua y constante oración.