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Lucas 10, 1-9
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”».
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Hombres de paz
La antífona de entrada de la misa de hoy reza así: Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz (Is 52, 7). Más tarde, en el evangelio, leemos: Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa».
«La paz contigo» era un mero saludo ritual entre los judíos. Pero Jesús llevó ese saludo a plenitud cuando, resucitado, se apareció a los apóstoles proclamando: Paz a vosotros (Jn 20, 19). Cada saludo de cada judío por toda la tierra apuntaba misteriosamente a aquel saludo dominical.
Nuestra paz es Cristo. Y quien nos trae a Cristo nos trae la paz. Por eso el evangelista, el mensajero del Señor, lleva la paz allá donde va.
¿Quién dijo que sólo existieron cuatro evangelistas? Cuatro escribieron los santos evangelios, pero tú y yo debemos ser, también, evangelistas. Ojalá vivamos de tal manera que llevemos a Cristo, nuestra paz, allá donde vayamos. Y se llene de paz el aire a nuestro paso. Cristo entrando en Mercadona, Cristo entrando en el bar, Cristo cruzando la calle, Cristo acostando a los niños… Vacíate de ti mismo, llénate de Él, sé el mensajero que anuncia la paz. Dios bendiga tus pies.