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7 enero 2025

Jesús se revela como profeta en la multiplicación de los panes

Marcos 6, 34-44

En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: - «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer».
El les replicó:
- «Dadles vosotros de comer»
Ellos le preguntaron:
- «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?».
Él les dijo:
- «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver».
Cuando lo averiguaron le dijeron: - «Cinco, y dos peces».
Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta.
Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces.
Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.

***

¿Por qué? ¿Para qué?
Desde el pasado 25 de diciembre, una sola noticia debería acaparar la atención de los hombres: Dios nos ha entregado a su Hijo.
El buen investigador, ante la noticia, se pregunta el por qué y el para qué. ¿Por qué ha sucedido? ¿Qué intención movió al autor, para qué lo hizo?
La primera pregunta la responde san Juan: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito (Jn 4, 9). Dios me ha enviado a su Hijo porque me ama. Si quiero seguir adelante, y pregunto a Dios: «¿por qué me amas?», encuentro un abismo ante el que sólo puedo estremecerme; no lo puedo sondear. «Te amo porque te amo».
La segunda pregunta la responde san Marcos: Pronunció la bendición, partió los panes y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran. Dios me ha enviado a su Hijo para que me alimente y alimente a los demás. No puedo recibirlo sin entregarlo; no puedo comer Cristo sin dar Cristo. Y mi forma de dar Cristo es ser Cristo y dejarme comer.
En Belén, la «Casa del Pan», los cristianos somos los camareros de la Humanidad.