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4 septiembre 2025

Dejándolo todo, lo siguieron

Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mi, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

***

La hora de Dios
Muchas veces, cuando te empeñas en tener tu vida perfectamente controlada, Dios se cruza de brazos. ¿Quieres coger el volante? Pues venga, conduce tú solito, a ver a dónde llegas. Y claro, como eres un pobre hombre sentado en el asiento de Dios, la vida se te va enredando. ¿Quién te mandó sentarte ahí? Finalmente, te estrellas, y Dios lo permite para que seas humilde. Cuando ya nada puedes hacer para recomponer esa vida que rompiste, te das cuenta de tu error, levantas los ojos y pides auxilio al Cielo. Entonces llega la hora de Dios.
Hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada. Claro. Estabas pescando tu solito, capitán de una barca de juguete. Pero ahora Jesús está en tu barca. Es la hora de Dios. Entrégale la gorra de capitán.
Por tu palabra, echaré las redes. Ahí estás, convertido en marinero al servicio del Señor. Bendita obediencia. Hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse.
No es que la hora de Dios llegue tarde, ni que espere Dios a que lo pierdas todo. Es que la hora de Dios llega cuando obedeces… y a ti te ha costado bastante entenderlo.