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19 agosto 2025

Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios

Mateo 19, 23-30

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos».
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo». Entonces dijo Pedro a Jesús:
«Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?». Jesús les dijo:
«En verdad os digo: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.
Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros».

***

El poeta y el apóstol
He leído cientos de veces el poema: «No me mueve, mi Dios, para quererte el Cielo que me tienes prometido (…) Que aunque no hubiera Cielo yo te amara». Y, cada vez que lo leo, se me llena de luz el alma con ese amor puro, reflejo limpísimo del Amor desinteresado con que ama Dios.
Pero eso no me impide comprender a Simón Pedro cuando pregunta: «¿Qué hay de lo mío?» Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar? Algún puritano le reprendería, y quizá le leyera el poema para recordarle que debe amar sin esperar nada a cambio.
El Señor, sin embargo, no parece disgustado por la pregunta. Incluso le responde, y le promete un trono, una retribución del ciento por uno, y la vida eterna. No está mal.
«Que aunque no hubiera Cielo yo te amara»… Pero, como lo hay, te pido. Somos hijos de Dios. No tengamos miedo a pedir recompensa, si la pedimos con humildad. No hay nada malo en convertir en súplicas nuestras renuncias. «Jesús, esto te lo ofrezco por…» ¿Cómo no va a entendernos quien, al entregarse a su Padre, le pidió, a cambio, nuestras almas?