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24 julio 2025

A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no

Mateo 13, 10-17

En aquel tiempo, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó:
«A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”.
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos, porque oyen.
En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron».

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Los que toman el sol con camiseta
He escuchado, en algunas ocasiones, esa comparación veraniega –y tan vacacional– según la cual la Palabra de Dios es como el sol: basta exponerse a ella para que el alma quede bronceada. Si las cosas son así, habrá entonces que decir que muchos toman el sol con camiseta.
Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque se ha embotado el corazón de este pueblo. Uno puede escuchar cada día, durante años, la Palabra de Dios, y no cambiar en absoluto. Le sucede a quien no está dispuesto a convertirse, a quien quiere frecuentar la compañía de Dios, pero a la vez se defiende de Él porque hay algo que no quiere perder. Por ejemplo: si una persona que acude a diario a la santa misa no está dispuesta a perdonar una ofensa, ¿creéis que por escuchar la Palabra perdonará? En absoluto. Antes bien, cada día entenderá que Dios le ha dado la razón, y que la justicia divina actúa a través de su rencor.
Bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Los apóstoles eran débiles, pero no tenían nada que defender ante Cristo. Por eso vieron, oyeron, murieron mártires y se santificaron.